El Levante UD vuelve este domingo al Ciutat de València después de un mes pero lo hace con el mismo reto que con el que se fue. Ya no se trata tanto de encontrar la tecla, pulsada cuando Radoja accedió al once titular, como de dar con un mensaje equilibrado entre el conformismo, la prudencia y la ambición, los tres miradores desde los que se otea al equipo. Desde el «es que somos el Levante» al «no perdamos la humildad» pasando por los que consideramos que el rango de este club, en su versión actual, es la clase media y a partir de ahí, «a soñar». En la práctica, de verle las orejas al lobo si no ganas en Butarque a pensar que el partido del Espanyol es clave después de haber afrontado la visita al Sevilla en disposición de meterse en Europa League. Y teniendo claro, por desgracia, que el resultado lo es todo. Con un 0-0 en el Pizjuán ahora estaríamos diciendo que así se hace, que en estos campos no hay que jugar sino sufrir.

Contexto o «runrún»

Más allá de lo táctico, de lo físico, de lo técnico y de todo aquello que ocurre sobre el campo, el contexto que rodea al equipo es un elemento que hay que gestionar de la mejor manera posible. Aunque haya quien no lo crea, es algo que lleva a mal traer a más de uno y dos, sobre todo cada vez que con un resultado negativo brotan los catastrofistas. Llámese, igual nos tiene, contexto o «runrún». Y aplíquese a la realidad de que, a la espera de la próxima reunión del Consejo, el club todavía no se ha decidido a anunciar la renovación del entrenador. Cuidado con dejarla tanto tiempo en el horno no vaya a ser que al final se termine chamuscando.

El del principio y el del final

Van quedando pocas líneas y, así como enumerar lo bueno es largo, hacerlo con lo negativo es también aburrido. No hay nada que a estas alturas no se haya dicho ni que los jugadores y el entrenador no sepan. Por resumir, el equipo que queremos todos es el de la primera media hora contra el Sevilla (pero marcando gol, ¿eh?). Y el que nos gustaría perder de vista es el del final, ese que Aitor sostiene hasta que ya no puede obrar un milagro más. Es una realidad que con independencia de lo que diga el big data salta a la vista para los que nos limitamos a ver el fútbol. El equipo, con el paso de los minutos, se va cayendo. Y ese desequilibrio se traduce en pérdidas de balón, peores vigilancias y malas lecturas. Pero sí, el regusto final nos lleva a engaño. En realidad no fue tan amargo.