No me he perdido ninguna de las nueve galas, tuviese o no premio, y tampoco me duelen prendas en reconocer que he sido, soy y seré uno de los más firmes defensores de los Premios Periodísticos del Levante UD, un concepto en su día tan revolucionario como pertinente alrededor de la siempre peculiar, tradicionalmente arrinconada y en ocasiones incomprendida información granota.

Pese a ser a un blanco perfecto para detractores con mayor o menor ingenio y gracia, lo primero que hay que tener claro para entendernos es que los premios no son premios al uso porque ni se premia necesariamente a los mejores ni a los premiados se les domestica a cambio de nada ni el club y el jurado a la hora de concederlos jamás aspiran a ser jueces independientes o notarios. Los premios del Levante, una idea que será cien por cien exportable a otras esferas cuando se libere de todos los prejuicios que desde fuera le cuelgan, son una brillante excusa para poner en valor a un club que sigue teniendo difícil, aunque cada vez menos, asomarse de una manera sostenible a la agenda de los medios de comunicación profesionales.

Año a año lo que se hace no es más que reconocer historias y trabajos a nivel local y nacional que mejoran la imagen de marca de la entidad. Se trata, en esencia, de darles notoriedad y de visibilizar a sus autores, estén o no en ejercicio (otro buen detalle en estos tiempos que corren) y lo tengan más fácil o difícil para imponerse a esa dictadura de la actualidad que hace que muchas piezas se queden en un cajón porque no queda sitio o minutaje. Los periodistas no tienen por costumbre recibir trofeos y por eso una parte de la liturgia es darle pomposidad al momento de subirse al atril y paladearlos, de fantasear a consciencia de que no es un Pulitzer sino tan solo un guiño en el que participamos todos con independencia del equipo del que seamos o de con cuántos clubes estemos trabajando.

Quien quiera que vaya y quien no que se quede en casa, que también está en su derecho, pero a partir de ahí peliculear es tan absurdo como injusto ridiculizar que se premie a compañeros de otros medios por historias que ya me gustaría a mí haber firmado me lleve o no estatuilla. Y para acabar, una última cosa, la más importante. Los premios vale que no son premios pero los que los reciben sí que son periodistas y en estos tiempos de micrófonos para tipejos que se dan a conocer ciscándose en una profesión tan vilipendiada es un orgullo que a ellos el Levante ni nadie les dé nada.

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