El mundo jamás volverá a ser igual a raíz de esta pandemia que, si bien algunos ya lo eran con muchísima anterioridad, nos ha convertido a todos en trogloditas con wifi, smartphone y acceso (ahora ya racionado) a los supermercados. Cuando salgamos de esta, que saldremos, nada será lo mismo. Tampoco el deporte.

Unos pocos días de confinamiento han sido suficientes para confirmar que, excepto por el empecinamiento de los genios del Comité Olímpico Internacional, nada de lo que parecía inamovible lo es. Ni siquiera lo ha sido la absurda y legendaria cabezonería de la UEFA, a la que no le ha quedado otra que tragar con lo inevitable y, en el dilema entre priorizar el fútbol de equipos o el de selecciones, aplazar la Eurocopa a 2021.

Una cancelación que llega una semana después de haber obligado al Valencia a jugar la Champions a puerta cerrada, la triste escena a la que nos tocó asistir antes de que se bajase el telón. En la insólita situación por la que estamos pasando, para más inri con el club de Mestalla como damnificado tras haber confirmado que un tercio de su plantilla está infectada, no hay duda de que hay mil y una cosas de las que preocuparse antes que por nuestros equipos y sus rivales. Sin embargo, que levante la mano quien no sienta un hondo vacío existencial sin partidos, sin VAR y, en definitiva, sin todas esas píldoras de vida que convierten el fútbol en lo más importante de entre lo menos importante.

El deporte, en general, ocupa en la sociedad un espacio mucho más grande del que le han reconocido las autoridades, superadas desde el primer momento, aquel en el que cientos de valencianistas viajaron sin control al epicentro de la pandemia en Europa. A su vez, los aficionados tienen una cuota de poder que a partir de ahora están más legitimados que nunca a reclamar. En un negocio al borde del colapso por el dinero de las teles, si algo ha quedado claro es que sin telespectadores no hay negocio, pero con estadios vacíos tampoco hay fútbol.

Subiéndonos por las paredes

Es una lección para todos, también para los futbolistas que pueden ver en entredicho los salarios con los que se permiten los casoplones desde los que nos invitan a quedarnos en casa sin terminar subiéndonos por las paredes. Las crisis, aunque parezca una frase de sobre de azúcar, resultan ser también épocas de oportunidades. Para todos los actores de este mundillo, incluidos los periodistas que andamos a estas horas estrujándonos la sesera, esta es buena para cambiar de rumbo y enfocarse en lo que tiene que ser siempre lo prioritario. Nos debemos, sin duda, a quien echa en falta los resultados y las crónicas. Resumiendo, nuestro trabajo.

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