Nadie se salva de los devastadores rigores de la pandemia. Ni siquiera los futbolistas, a los que el virus ha dejado tan vulnerables como al resto de los mortales. También los héroes se contagian, sufren ERTE’s y, aunque lo hagan desde sus casoplones, son víctimas de la cruda realidad. Ellos, como tú y como yo, están también en estado de shock, condenados a un recorte salarial por las buenas o por decreto con el que apechugar en pos de la viabilidad de sus empresas. Trabajadores sin pruebas sobre lo que está por venir pero tampoco dudas de que, bueno o malo, será diferente. Desde el infame partido contra la Atalanta, cuando la UEFA continuaba pensando en lo suyo, el mundo ha dado un giro de 180 grados. Tan novedosa es la óptica con la que se ven ahora las cosas que hasta aquella polémica decisión del Valencia CF, adelantándose entonces a los tiempos, se ha vuelto una medida generosa: el aislamiento no evitó contagios de puertas para adentro pero sí hacía fuera. Lo que parecía imposible, la fragilidad universal, ya no es el argumento de una película boba. Y tampoco es ficción el derrumbe de privilegios del fútbol, suspendido y sin fecha de vuelta por mucho que Tebas, Rubiales y AFE intenten ponérsela. El confinamiento es también para ellos, así que los equipos no volverán a jugar hasta que el gobierno lo autorice, ni siquiera a puerta cerrada. Eso que llaman «hibernación» de la economía les ha pillado con el carrito de los helados, cruzando los dedos para terminar la competición como sea y cobrar lo que se pueda. Que estén a tortas, cosa que ya no puede sorprender a nadie, es lo de menos. Quieran o no van terminar poniéndose de acuerdo, sobre todo viendo por donde van los tiros. Después de haber aplazado los Juegos, de que la FIFA empiece a tragar con todo (sin sobornos) y de que Ceferin, que donde dijo digo dice Diego, lleve días reculando, la cancelación de las competiciones domésticas es una mochila con la que no va a quedar otra que cargar. A día de hoy las alternativas suenan más a ocurrencias que a verdaderas soluciones, así que lo conveniente es tener un plan en el que, como el resto de la humanidad, se hagan a la idea de que la única manera de salir de esta es con concesiones y tolerando perdidas. LaLiga y la Federación, bases de una industria superior al 1 por ciento del PIB, están temblando pase lo que pase, mientras que la AFE, que así va a echar por tierra la imagen de compromiso que se habían labrado muchos de sus afiliados, no puede pretender que los futbolistas se vayan de rositas. Esto pasará, pero que nadie pretenda que las cosas vuelvan a ser igual.

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