Ha habido momentos muy malos, pero no se recuerda uno social y deportivamente peor que este para el Valencia CF, capaz de soportar a Peter Lim como jefe de escudería pero no al volante. Desde que ahora hace un año se volvió a poner de piloto, el agujero negro no ha dejado de succionar a todo bicho viviente, de entrenadores a ejecutivos pasando por médicos, futbolistas y símbolos con 40 años de militancia como Camarasa. La devastación alcanza prácticamente a cualquiera y es de tal magnitud que ni siquiera los fichajes de Gracia y Óscar Fernández o el interés en este o aquel jugador, sea Yangel Herrera o Raúl de Tomás, consiguen apartar el foco de las víctimas del naufragio.

Se esté o no haciendo a propósito, en lugar de cultivar ilusión por un proyecto cuya única salida es que a partir de las victorias se mire para otro lado, lo que se sigue aplicando es una política de tierra quemada. Una estrategia en las antípodas de aquella bisoñez sobre que Lim, tan preocupado como en su día sus antecesores por cuadrar las cuentas, venía para ganar la Champions. A falta de señales inequívocas de ambición, incluso en los tiempos en los que también Mateo Alemany se puso a fichar suplentes, las que sobran y son cristalinas recuerdan como un martillo pilón a la revoltosa Kim escribiendo en Instagram que el Valencia es suyo y con él hacen lo que quieren.

Abrir las ventanas

Cuando por la rendija asoma algún mínimo rayo de esperanza de que al menos se tiene en cuenta al último mohícano que es Corona, enseguida corren a cerrar de golpe la ventana. Como si la consigna no fuese otra que enrocarse, caiga quien caiga, en una estrategia suicida. Tanto es así que, conforme está el patio, cualquier cosa que signifique un progreso, por mínimo que sea, hay que interpretarlo como un éxito. Por ejemplo, la selección de entrenadores capacitados y contrastados para el primer equipo y el filial.

Con independencia de que se esté de acuerdo, también es mejor que la purga sea ahora y no con la temporada en marcha. Desde luego mal asunto sería que la estructura que salga de esta limpieza se tambalee a las primeras de cambio. Y eso que, tampoco hay que engañarse, de lo que se viene hablando en los corrillos desde que los tiros apuntaban a Thiago es de hasta qué punto el banquillo del Mestalla puede acabar convirtiéndose en un salvoconducto. Sería una fantástica noticia que tanto a Gracia como a Óscar les vaya bien, a cada uno en lo suyo, y que a partir de ellos se logre lo que no está pudiendo la propiedad: abrir las ventanas y limpiar el ambiente.

El crédito y el techo

Aunque todavía no ha trascendido, el Levante firmó la semana pasada el esperado crédito escalonado de 10 millones con el grupo Rotschild, una operación financiera brillante en la que Quico ha encontrado gran ayuda en su Consejo para sacarla adelante en un momento tan difícil. Para un club con unos números irreprochables, esta operación es un auténtico chute en vena para ir afrontando desafíos deportivos e inmobiliarios como el de la cubierta del Ciutat, que desde ayer tiene cerrado el anillo del Gol Alboraya.

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