El Levante no ha estado a la altura desde la Copa. Tal cual. Y la culpa es de lo horrible que se leyó la jugada. La comprensión tras el chasco no era una licencia para dejarse llevar sino un contrato sentimental para precisamente no hacerlo. Más allá del almíbar, sin la congestión de lesiones se habría llegado a una final. Era esa, no otra, la inercia que había que mantener. Pero tanto se han diluido las expectativas desde entonces que al partido contra el Alavés se llega con un punto de desasosiego que no entraba en los planes de nadie.

Que la salvación aún no sea matemática intranquiliza tras cuatro derrotas seguidas, aunque el equipo seguirá en Primera incluso si lo pierde todo. Esa realidad está en la base de la furia y los latigazos. La afición, que se siente traicionada, no tolera el desperdicio de temporada ni que se arrastre el escudo. Son las secuelas de la que puede convertirse en una racha también de récord a base del desgaste, las limitaciones y la peligrosa tendencia a la dispersión de la plantilla. Pueden decir misa, pero el final se está haciendo eterno. Por una parte, los jugadores se creyeron con derecho para todo y ahora están recogiendo, ni más ni menos, lo que han sembrado durante los dos últimos meses. Y por la otra, como respuesta a la deriva, Paco López no ha dado con una idea fija, ni siquiera con un sistema o una selección más conveniente de los jugadores. Quedó claro con la revolución de Balaídos, donde tan cierto es que al equipo le sentaron bien los cambios como que se le volvió a indigestar el punto suicida del plan.

A partir de ahí, los análisis del cuerpo técnico es verdad que son más profundos. Afortunadamente. Es comprometido explicarlo con más detalle. El míster fue el primero en parar el carro cuando más felices nos las prometíamos y razón no le faltaba. Sabía qué se cocía. Cosa distinta es la duda de qué habría ocurrido con un mensaje que no hubiese dado tanto pie a la relajación. Un discurso que cogió al propio club con el pie cambiado. Que los malos resultados provocan ruido es una máxima universal. Que los buenos los insonorizan, también.

Quedan cuatro partidos para regenerar la confianza y allanar ese futuro sobre el que Paco tiró balones fuera. La planificación, como bien sabe, está en marcha. Y hay gestiones y nombres que poco tienen que ver con los que trascienden. Lo que ocurre, sin embargo, es que de momento los detalles no se pueden explicar. Algunos porque ni siquiera se saben. Y otros porque no es al entrenador, sobreexpuesto como portavoz, a quien le toca hacerlo. Ahí se echa en falta a Quico, que hace bien en bajar al vestuario cuando las cosas se ponen feas. Pero ayudaría y además mucho, el primero al propio Paco, quitándole presión a la hora de explicar los porqués.

La portería

Reconoció Paco que nada va a cambiar bajo palos. Es decir, que los dos porteros seguirán alternándose. Hoy puede ser perfectamente el turno para Aitor y contra el Barça para Cárdenas, que ya jugó contra el Atlético o el Sevilla. Es un papelón para el equipo y el club, que no debería mantener abierto ese frente por mucho tiempo. No jugar le ha costado a Cárdenas los Juegos, para los que estaba en la lista. Pero se le sigue con lupa.