Casi 12 millones de personas cogen cada día un vuelo. Esto quiere decir que hay más de 120.000 aviones diariamente en el cielo. Una frecuencia que aumenta con las vacaciones de verano.

Sin embargo, lo que para muchos puede ser una experiencia relajante, para otros puede convertirse en una auténtica tortura, teniendo que recurrir incluso a la química para calmar la ansiedad que les genera.

Se estima que el 25% de la población tiene miedo a volar, que también se conoce como aerofobia. La incidencia, según calculan los expertos, es mayor en las mujeres que en los hombres y, especialmente, se produce a partir de los 30 años. Es uno de los miedos más frecuentes y es uno de los motivos más habituales en las consultas de psicología.

Sin embargo, como explica a este portal el psicólogo Carlos Sánchez Polo, del Instituto Psicológico Cláritas, las causas no siempre están del todo claras, aunque podría ser consecuencia de:

  • Condiciones genéticas y biológicas que predisponen al individuo a sentir miedo (que su amígdala, la estructura subcortical de nuestro cerebro, esté hiperactiva).
  • Exposición a una serie de estresores sociales (precariedad laboral, pandemia, tensión geopolítica, entre otras).
  • Derivado de una serie de factores psicológicos: baja tolerancia a la frustración, sentirse incapacitado a la hora de gestionar emociones desagradables, alguna experiencia traumática…

No obstante, gran parte del trabajo con fobias consiste en “entender por qué se mantienen en el tiempo, ya que aquí pondremos el foco de intervención”. Y es precisamente el evitar o escapar del estímulo fóbico, en este caso el miedo a volar, “lo que mantiene el problema, puesto que la persona nunca se habitúa ni empodera frente al miedo".

Miedo a volar: síntomas

El miedo se manifiesta a nivel cognitivo, conductual y fisiológico. Aunque, como señala Sánchez Polo, “cada individuo tiende a sentirlo más en una de estas posibles facetas”.

  • A nivel cognitivo porque la persona experimenta pensamientos intrusivos y catastrofistas (ej., me va a dar un ataque de pánico en el avión, se va a estrellar, no lo voy a poder soportar, la gente me va a juzgar).
  • A nivel conductual porque ejecutará una serie de acciones propias del miedo (ej., hablar sin parar, gritar, automedicarse, morderse las uñas…).
  • A nivel fisiológico, porque también sentirá malestar en el cuerpo (ej., respiración agitada, aumento de la tensión arterial y de la frecuencia cardíaca, sudoración…).

Todas estas manifestaciones se van a retroalimentar entre ellas, “facilitando una espiral de miedo y caos que haga que el afectado se pueda sentir desesperanzado” y le impide, incluso, viajar en este medio de transporte considerado como uno de los más seguros.

¿Por qué hay personas que tienen miedo a volar?

Las causas pueden ser muchas, por lo que es “demasiado ambicioso elaborar un perfil muy concreto”. Si es cierto, recalca el especialista del Instituto Psicológico Cláritas, que aquellas personas “con tendencia a vivir el miedo de manera más intensa, así como aquellos con un perfil más obsesivo, tienen más predisposición a desarrollar una fobia”.

  • “En cuanto a si es una condición necesaria haber sufrido algún episodio desagradable en el avión, la respuesta es no. Por supuesto que un evento traumático de este tipo es un factor de riesgo para desarrollar una fobia, pero no es determinante”.

La capacidad de imaginar y sentir va más allá de lo que vivimos, por eso, a veces el miedo surge, no por la experiencia, “sino por nuestra manera de vivir y sentir las emociones, así como de interpretar nuestra realidad”.

¿Se puede superar?

Afortunadamente, el miedo a volar se puede superar. Y esto se debe a que es un miedo aprendido del que se puede desprender la persona afectada. “Ahora bien, no os puedo mentir, para pasar página va a tocar sufrir un poco”.

La técnica que se utiliza, subraya el psicólogo, es la exposición. Pero, ¿en qué consiste? Esto implica exponerse al estímulo generador de miedo, en este caso volar o todo lo que tenga que ver con un avión o aeropuerto, para que la persona se habitúe y se empodere frente al miedo. 

Playa de Levante, en Benidorm. EFE

“El trabajo consistirá en dar las herramientas para que la persona se sienta capaz de ir exponiéndose a lo que le genera ansiedad. Y, además de esos recursos, es preciso destacar que la exposición siempre será gradual. Se elaborará con la persona un listado de situaciones generadoras de ansiedad y estas se ordenarán basándonos en la dificultad (ej., imaginarse el avión, imaginarse teniendo ansiedad en el avión, ir a un aeropuerto, subirse a un avión de tramo corto, subirse a un avión de tramo largo…)”.

Lo más importante es entender lo que es el miedo, cómo se expresa, para qué sirve y hasta dónde puede llegar. Esto permite empezar a relacionarse con él de una manera mucho más llevadera. Y da este ejemplo: 

“Con la fobia a volar, el miedo no siempre es que ocurra un accidente de avión. Quizás este fue el miedo inicial, pero la razón por la que la persona evitará este escenario, en muchas ocasiones, es por miedo a sentir una ansiedad muy intensa y no poder irse”.

Cuando sentimos la angustia en sus niveles más extremos, llegamos a temer por nuestra vida. El miedo es tan intenso, que se activan nuestros sistemas de alarma y no hay espacio a un discurso racional que nos calme.

Por ello, “explicarle a un paciente en sesión que es imposible que muera de un ataque de pánico, profundizando en las razones fisiológicas por las que eso es inviable, es uno de los muchos recursos que le permitirá empoderarse y exponerse a aquello que evita”.

Y el primer paso es recurrir a un profesional si este miedo a volar es limitante. “Cuando sintamos que no podemos hacerle frente y nos priva de ilusiones. Cuando la frecuencia, intensidad y duración de la angustia se disparen y merman nuestra calidad de vida”. No obstante, también se puede acudir a consulta cuando la propia persona considere que lo necesita.