"Quiero ganar, pero lo hago para divertirme". Tadej Pogacar se convirtió en el ciclista más joven de la historia en ganar dos Tour de Francia siguiendo ese credo, el de no perder la inocencia de la infancia ni la ambición de la victoria.

Una combinación que le ha valido el calificativo de "el nuevo caníbal" otorgado por nada menos que por Eddy Merckx, el primero en portar ese apelativo por su desmesurada hambre de éxitos.

El belga no dejaba ni las migas a sus rivales y Pogacar parece seguir esa estela, aunque asegura que no quiere compararse con nadie, que en su caso es simplemente la herencia de la competencia que vivió de niño con sus hermanos.

Competir es su motor y ganar la consecuencia lógica cuando se poseen sus condiciones físicas, las de un portento de esos que aparecen pocas veces en la historia, según aseguran sus preparadores.

Imponerse como guinda del juego Pogacar lo viene haciendo desde siempre y a menudo con éxito, siempre destacando de forma prematura, desde que se subió a una bici a cuyos pedales apenas llegaba a los 9 años en su Komeda natal.

Ese niño, que conoce poco la derrota, se ha licenciado en un Tour de Francia en el que ha llevado el peso de principio a final, con el dorsal 1 en la espalda, la madera de los campeones.

Si el año pasado ganó en el último suspiro, en la contrarreloj definitiva de La Planche des Belles Filles, en esta ocasión ha probado que también sabe aguantar la presión de ser el favorito, el peso del maillot amarillo que se vistió en la segunda semana y al que no ha dejado de añadir segundos de renta desde entonces.

Pese a que lo que su juventud podía presagiar, bajo el rostro aniñado de sus 22 años, emerge la piel de un campeón que todos los expertos consideran programado para marcar una era.

Si el año pasado fue el más joven amarillo en París desde 1904, con su segundo Tour bate todas las marcas en una carrera que solo cuatro ciclistas han ganado con 22 años. Pero Pogacar es el único que lo ha hecho dos veces.

Jacques Anquetil tenía 23 años cuando ganó su primer Tour, Merckx 24, los mismos que Bernard Hinault, mientras que Miguel Indurain tenía ya 27. El esloveno desafía a la historia.

Adalid de la nueva generación

Como a menudo en su carrera, es el más joven de la joven generación que viene a tomar las riendas del pelotón y Pogacar no está dispuesto a hacerlo por la puerta pequeña.

La Vuelta le reveló al mundo y el Tour le propulsó a la gloria, pero también le enseñó que la carrera más prestigiosa del mundo es también la más exigente. Dentro y fuera de la carretera.

Si su superioridad sobre el asfalto ha anestesiado toda competencia, el joven esloveno no ha podido evitar verse en el centro de la polémica que siempre arrastra a los campeones de la bicicleta, la de la sospecha heredada de otras épocas que ha toreado de forma burocrática, como si quisiera limitarse a cumplir el expediente imposible de probar su inocencia frente a la desconfianza.

Tras comprobar que los controles no tienen crédito entre aquellos que en el pasado les vieron fracasar, apostó por poner por delante su educación, la honestidad de su familia que, dijo, no le enseñó a tomar atajos.

En ese capítulo, el de responder a preguntas incómodas, se ha visto que Pogacar no se divierte, pero aguanta el tipo porque, como él mismo repite, es el peaje que hay que pagar para seguir haciendo lo que más le gusta.

Y hacerlo con la ambición de un caníbal. El triunfo en el Tour corona una temporada en la que no ha bajado del podio en ninguna de las carreras en las que ha competido: ganó en Emiratos y la Tirreno-Adriático, fue tercero en la Vuelta al País Vasco y se apuntó uno de los monumentos, la Lieja-Bastona-Lieja, antes de ganar la Vuelta a Eslovenia.

Pogacar no sale nunca a bromear. Eso, no divierte a su carácter de caníbal.