La temporada va avanzando para el Valencia Basket y la reacción no termina de llegar. El crédito para el proyecto, aún a pesar de los esfuerzos del club por evitar medidas drásticas, es cada vez menor, y la depresión comienza a extenderse a gran parte del entorno. La crisis de juego y resultados, con apenas 4 victorias en 14 partidos oficiales, está generando un desgaste anímico nada fácil de digerir en el día a día. Y la solución, desgraciadamente, ahora mismo pasa sólo por una vía. Transformar ese preocupante estado de ánimo en algo más positivo depende única y exclusivamente de la cancha.

Esa en la que hasta ahora las cosas no han terminado de salir todo lo bien que debieran pero que sigue presentando oportunidades de enmienda. Como la de este viernes en el OAKA ante el Panathinaikos en la Euroliga, o la del próximo domingo en la pista del UCAM Murcia. Dos envites que dictaminarán el futuro inmediato del proyecto y la continuidad del técnico, Jaume Ponsarnau.

«¿Dos bolas de partido? Engañaría si dijera que no me importa, pero mi preocupación y mi camino es ayudar al equipo a ser más competitivo y a mejorar las cosas que hay que mejorar porque para competir al nivel que queremos, todavía nos falta», aseguró el de Tàrrega en la previa del primero.

El correspondiente a la séptima jornada de una Euroliga donde los taronja estrenaron el pasado viernes su casillero de victorias ante el ASVEL Villeurbanne. Triunfo que parecía que iba a suponer ese ansiado punto de inflexión pero que, apenas dos días más tarde y también en La Fonteta, sufrió un auténtico jarro de agua fría ante el Herbalife Gran Canaria.

Esta última derrota, en la prórroga y después de firmar un paupérrimo tramo final de partido, es la que dota todavía de mayor trascendencia al choque en Atenas. El OAKA, uno de los templos del baloncesto europeo, no es precisamente el mejor lugar para invertir la dinámica, pero es que en Euroliga ninguna pista lo es. Por tanto, hay que dejar los complejos y los miedos a un lado cuanto antes y demostrar de una vez por todas el potencial de un equipo construido para competir con garantías en todos los frentes.

Empezando por un Panathinaikos que acumula tres victorias y tres derrotas en el torneo continental y que está liderado por Nik Calathes. Con Argyris Pedoulakis cumpliendo su segunda etapa en el banquillo -entrenó al conjunto heleno entre 2015 y 2017-, el Panathinaikos ha sido uno de los grandes animadores del mercado estival tras incorporar a dos jugadores del entorno NBA como los exteriores Wesley Johnson o el tirador Jimmer Fredette.

En el exterior, además de los dos norteamericanos, destaca la presencia de Ioannis Papapetrou firmado en 2018 procedente del Olympiacos, donde había jugado cinco años. Completa la batería griega como escolta o como base según las circunstancias un jugador experto como Nikos Pappas. El norteamericano Deshaun Thomas, ex del Barça, cabalga entre las posiciones de '3' y '4' como gran referencia anotadora.

Junto a Calathes, comparte dirección el norteamericano con pasaporte montenegrino Tyrese Rice, campeón de la Euroliga y MVP de la Final Four con el Maccabi. Por último, en el juego interior destaca la presencia el gigante de 2,20 metros Georgios Papagiannis tras su periplo NBA de dos años. Junto a él, un viejo conocido de la Liga Endesa como el norteamericano Jacob Wiley, que acabó la pasada temporada en el Gran Canaria, además del ala-pívot griego Konstantin Mitoglou. El veterano Ian Vougioukas y el ghanés ex Bilbao, Ben Bentil, completan la rotación de la pintura.

Un rival, por tanto, de potencial considerable y al que el Valencia Basket deberá hacer frente con la única baja de Van RossomVan Rossom y el descarte técnico que decida en los últimos instantes Jaume Ponsarnau.

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