En sus últimas cinco visitas, el Valencia CF ha conseguido ganar partidos en estadios como Anoeta o el Sánchez Pizjuán que en Mendizorroza. Únicamente es un dato y, como suele decirse, las estadísticas están para romperse, pero sirve como indicativo de la dureza del partido que este domingo espera al conjunto de Javi Gracia. Desde que los vitorianos ascendieron a Primera División en 2016, el feudo alavés es terreno minado para el Valencia. Allí solo sumó cuatro de los últimos 12 puntos en juego, o allí sufrió lo que no está escrito para meterse en la semifinal de Copa 2018. [Sigue el Alavés - Valencia CF, en directo]

Después del triunfo en diciembre de 2005 gracias a un gol de Raúl Albiol, el balance blanquinegro en los cinco partidos posteriores ha sido de tres derrotas, un empate y una única victoria. Por ejemplo, el mismo que un escenario tan temible como el Camp Nou. Así que la experiencia debe servir de alerta. Tras vencer al Madrid, el Valencia necesita retomar la Liga dando continuidad a su reacción. Y tendrá que hacerlo en un duelo con una dificultad contextual mayor a la que se encontró frente a los blancos. Poco a poco, los de Zidane se diluyeron entre rotaciones mal enfocadas y los tres penaltis en su contra.

Asimismo, el lugar que el Alavés ocupa, hoy en día, en la tabla es engañoso. El conjunto de Pablo Machín se halla en fase de crecimiento tanto en su confianza como en su juego y resultados. Como el Valencia, los babazorros comenzaron a despertar de un mal inicio en la segunda parte del cara a cara con el Elche en Mendizorroza. Fue ahí donde Machín se percató de que debía aparcar su clásico sistema de tres centrales y apostar por la normalidad de lo que en el pasado había funcionado en Vitoria. Defensa de cuatro, juego directo y dos delanteros definidos como Joselu y Lucas Pérez en acción.

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La combinación del 4-4-2 o, en su defecto el 4-1-4-1, con la intensidad y la presión alta y constante del técnico soriano pudo rescatar hasta el parón la versión competitiva del Alavés de temporadas anteriores con Pellegrino o Abelardo. Una cara rehabilitada y, sobre todo, peligrosa para el Valencia, como así lo ha comprobado estos años atrás. El conjunto blanquiazul es un acosador nato, un bloque intenso que presiona arriba y no deja jugar desde atrás. Los parámetros defensivos sitúan al Alavés en lo alto de los rankings. Sin duda, un rival al que no es sencillo igualar en agresividad, pero sí urgente para aumentar las posibilidades de éxito. En citas anteriores, el Valencia de Voro, Marcelino o Celades fue víctima de remontadas, pese a haberse adelantado en todas y cada de ellas.

Solo a finales de octubre de 2017, cuando el Valencia imparable de Marcelino vivía una racha de diez partidos invicto en la Liga, entre ellos siete triunfos, se salió de Vitoria con los tres puntos merced a goles de Simone Zaza y Rodrigo Moreno. Hace algo más de ocho meses, en el último partido con público que jugó el conjunto blanquinegro antes de la pandemia, el Alavés empató en la recta final sacando petróleo de un balón largo a su aguerrido central Laguardia, que este peinó adelantándose a los centrales y asistiendo al remate de Édgar.

En esta Liga el Alavés ha regresado a la senda que lo caracteriza y fortalece. Los vitorianos comandan las estadísticas de pressing, pressing en campo contrario y entradas e interceptaciones. Precisamente, ese carácter combativo le valió para rascar tres puntos en Pucela y empatar heroicamente con un hombre menos ante Barça y Levante... avisos para saber que con los de Mendizorrotza hay que poner los cinco sentidos durante 90 minutos.