Hasta los más pesimistas conservan siempre la esperanza de reencontrarse con una versión potable, pero no hay manera. El Valencia sigue siendo un valle de lágrimas, tan dolorosas como las de Paulista al final del partido. Es misión imposible escapar del bucle y coger velocidad de crucero. A contrapié antes del descanso por un trallazo de Arambarri y definitivamente abatido con la expulsión de Diakhaby, el equipo de Javi Gracia volvió a abandonarse de mala manera. Incapaz de enlazar dos resultados buenos, ante el Getafe despilfarró la inercia que traía del descuento ante el Celta. Nada nuevo en un equipo que juega como si estuviese despidiéndose de LaLiga, algo que no puede hacer de ninguna de las maneras, entre otras cosas porque la puerta del descenso aún no está cerrada. Reducido al papel de un don nadie, en la zona de equilibrios por salvarse, para más inri estuvo primavera en los momentos clave. Ni siquiera tuvo opciones reales de jugar el comodín del empate, misión sobrehumana con uno menos.

Se lo llevó al Valencia una vez más la corriente. Y eso que el Getafe ya no es el vendaval que era. Ni siquiera a la hora de repartir estopa, aunque Gayà se llevó un codazo de Ünal a la vieja usanza que lo dejó hecho un Cristo y con sangre a borbotones. Resultó pese a todo muy complicado reconocer a aquel equipo de Bordalás que se subía a la chepa de cualquiera. A diferencia de aquel, este juega más ancho, sin las líneas tan apretadas. Nada que aprovechase el equipo de Gracia, que volvió a no chutar entre palos. Lo que sí que mantienen los azulones, por contra, es la pegada de un francotirador como Arambarri. Después de media hora larga con el partido en el limbo, sin noticias hasta ese momento en ninguna de las porterías y con el balón siempre en las nubes, el internacional uruguayo se sacó un trallazo desde casa. Racic falló en el salto y al segundo bote empaló un disparo desde la estratosfera. Cillessen llegó a palmearlo pero a la escuadra le saltaron las telarañas.

No hay duda de que la credibilidad de Gracia va a seguir estando en tela de juicio, sometido al escrutinio de su alineación y a la ausencia de signos vitales en su equipo. Esta vez el once fue muy previsible, sin espacio a la improvisación ni a los fichajes. Para los nuevos apenas hubo diez minutos, cuando con todo perdido salieron Oliva y Cutrone a hacer bulto. De inicio sólo rompieron la monotonía Diakhaby y Yunus. Sin embargo, a la espera de un punto de inflexión que nunca llega, por lo demás no hubo ni rastro de evolución. Los blanquinegros aceptaron jugar el partido en los términos que propuso el Getafe, sin complejos de hacerlo como un pequeño, despreciando cualquier pretensión y organizándose de manera primitiva. Esa vulnerabilidad la agradecieron los azulones, a los que les llegó para golear con el mínimo esfuerzo.

Dentro del abatimiento general, no hay futbolista que refleje mejor la realidad del Valencia que Kang In, el único rebelde en un equipo plano y sin creatividad. Fue el único con posibilidades de tirar del hilo cuando los partidos están hechos un ovillo. El coreano, con ansías de protagonismo, estuvo en todas. Al menos mientras hubo partido. No faltó ni en las malas, como cuando de una pérdida suya el Getafe montó una contra que le costó a Thierry una amarilla en el repliegue. En las buenas también apareció, en especial cuando le robó la cartera a un central tan limitado como el exgranota Cabaco, que lo cazó sin contemplaciones. Fue una jugada similar a la de la roja de Diakhaby, con la diferencia de que no enfilaba portería. A Djené le sacó otra amarilla en un forcejeo sobre la línea de gol mientras Soler esperaba para botar un córner. Hasta ahí.

La postal de la expulsión de Diakhaby nada más volver del descanso fue reveladora de la desorientación del Valencia. El central, en un balón que debió quitarse rápido de encima, se durmió ante la presión de Maksimovic. Cuando quiso reaccionar ya había perdido la ventaja y el serbio encaraba a Cillessen por el carril central. El equipo se quedó tan aturdido que cinco minutos después llegó el 2-0 de un saque de portería. Guillamón, que acababa de salir, saltó menos que Ünal y el balón se le quedó franco a Mata, quien ante la atenta mirada de Paulista ametralló a bocajarro y por debajo de las piernas a Cillessen. A Thierry, otro espectador de lujo, ni se le pasó por la cabeza que se estaba comiendo la línea del fuera de juego.

El VAR salvó de la expulsión a Paulista, que llevaba toda la razón en protestar que Mata había arrancado en fuera de juego cuando lo tumbó camino del área. Aun así, el Getafe necesitó muy poca cosa para apabullar. Le bastó con dejar pasar el tiempo y ver cómo el Valencia no olía su portería y se abandonaba a su fortuna. La derrota no tenía remedio cuando Aleñá marcó el tercero en el primer balón que tocaba, un balón llovido que cruzó ante la estatua de Cillessen. Todo sigue siendo pura adversidad para un Valencia sin ninguna identidad.