El impacto de la victoria del Valencia contra el Getafe no se puede medir sólo en tres puntos. Se quedan cortos para describir toda la identidad y el coraje, dos valores tan añorados, derrochados por el equipo de José Bordalás. Con un jugador menos desde la expulsión en el primer minuto de un Guillamón pasado de revoluciones, los blanquinegros se recompusieron con obediencia táctica, con contragolpes feroces y con mucho oficio para proteger el tanto de penalti de Carlos Soler y dominar los códigos subterráneos de un envite de nuevo eléctrico contra los azulones.

Volvió a ser un duelo con el encanto ácido de los Valencia-Getafe, con el ritmo narrativo de un clásico de Tarantino, pero al son de los pasodobles de la banda de música. Un Valencia muy despierto, desde las paradas de Mamardashvili al cancherismo ilustrado de Maxi Gómez, arropado por Mestalla, cuyo empuje se nota incluso con aforo limitado. Un equipo de autor.

A los 31 segundos de partido, Hugo Guillamón era expulsado por llegar tarde y con los tacos por delante a una pelota dividida con Maksimovic. La entrada, peligrosa, en la tibia del serbio, fue revisada por el VAR, que disipó las dudas con las repeticiones a cámara lenta. El mismo plano lento se recreaba en la desolación del canterano valencianista, consciente de su error, en la que ya es la tarjeta roja más rápida de toda la historia de la Liga.

El Valencia CF, igual de bien tras la expulsión de Guillamón

Un revés que no desmoronó al Valencia, sino que activó más su disciplina táctica, la viveza de sus sentidos ,para replegarse y castigar cada indecisión azulona al contragolpe. A los 9 minutos, Cheryshev, robó una mala entrega de Mitrovic entre la zaga de tres centrales. Djené no alcanzaba la punta de velocidad del extremo ruso (31,8 kilómetros hora), pero una vez que el valencianista pisó la pelota tras apurar toda la banda, tampoco adivinó la finta de Cheryshev, que volvió a escaparse para ser zancadilleado por el defensor togolés. El penalti no admitía dudas. Soler, con la frialdad de un 10, en la noche que estrenaba el dorsal que siempre lució en categorías inferiores, batió con sutileza a David Soria. El canterano aguantó la mirada al portero con maestría mendetiana, como revisitando aquel “míreme a los ojitos” de Luis Aragonés a Romario.

El gol fue una vitamina emocional para el Valencia, que aumentó la intensidad en su presión. Las faltas y encontronazos se sucedían en un Mestalla con el limitado aforo muy enchufado. Igual que Maxi Gómez, cancherísimo, islote en la reconversión táctica tras la expulsión, que sacaba petróleo con faltas cada vez que rebotaba con un rival. Con Guedes desplazado a la banda y Soler en la sala de máquinas, el Valencia llegaba a trazar contragolpes en superioridad númerica. El Getafe no encontraba la tecla al partido, y sus aproximaciones en la primera parte llegaron a partir del exceso de pasión en los locales, muy motivados pero tardíos en la anticipación, como se vio en Alderete.

El Getafe generó poco peligro ante el Valencia CF

Dos golpes francos provocados por el central paraguayo fueron el único signo de peligro. En la segunda de las faltas, pateada por Damián, pegada al palo, Giorgi Mamardashvili respondió muy bien, lanzándose abajo y sin verse sorprendido por el bote intencionado de la pelota a un palmo. De hecho, la más clara la tuvo el Valencia en el 25. Una combinación nacida por la derecha con escapada de Correia a pase de un Soler desmarcado con la diagonal de Guedes. Una llegada franca, muy del estilo de Carlos apareciendo en segunda línea, que colocó mal el pie para definir. O en el 36, con otra pifia de Djené, Soria cubrió con el cuerpo el remate que embocaba Cheryshev.

Con 10, la lógica era que la segunda parte se le podía hacer larga al Valencia, con Soler tirando contras veloces pese a tener todavía encima el jet-lag de los Juegos Olímpicos. Sería necesario que Mestalla jugase, que el público equilibrase la inferioridad numérica pese al aforo limitado. Y así actuó el público, crítico en su cánticos a Peter Lim cuando la pelota no estaba en juego y lanzando su aliento para protestar posibles segundas amarillas, como la de Olivera. Racic oxigenaba la medular en detrimento de Wass, que se vació sobre el campo después de un verano en el que ha amagado la rebeldía para marcharse a Marsella.

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Con la entrada de Cucurella y Vitolo, el Getafe ganó fútbol y avanzó 20 metros para encerrar al Valencia, atrincherado para proteger la valiosa renta, con Mestalla rugiendo en oleadas de ánimo. Maxi, muy vivo, provocaba la segunda amarilla de su compatriota Cabaco en una acción en la que la falta fue del valencianista. Con diez, el Getafe adoptó la heroica. Pero topó con el muro georgiano de Mamardashvili. El nuevo rey de Mestalla obsequió paradas imposibles, con reflejos abajo, en remates a bocjarro a un metro de su portería.