En apenas tres jornadas, José Bordalás ha recuperado al Valencia más clásico, el que toca la fibra de Mestalla con contragolpes feroces, con una ambición que nunca decae y que recuerda a décadas anteriores, como si entre las paredes del viejo estadio se pudiese detener el tiempo y olvidar todos los interrogantes que acosan a la entidad, aún herida. El Valencia confirmó ante el Alavés todas las buenas intenciones de las dos primeras jornadas liberando la exuberancia goleadora, con goles de Wass a los tres minutos, con una obra de arte de Carlos Soler directa a su repertorio particular de golazos, y con la sentencia de Guedes. Así se va el Valencia al parón de selecciones, invicto con siete puntos de nueve, con una identidad a la que aferrarse. [Resultados y clasificación de LaLiga]

No se trata solo de ser agresivos, o de correr. El Valencia de Bordalás no se limita a la testiculina y la voluntad. Muerde y es veloz, pero piensa también muy rápido. Y también es muy valiente. Las puestas en escena en cada partido del equipo blanquinegro están siendo magníficas. Contra el Getafe necesitó diez minutos para marcar, con un jugador menos. Ante el Granada, en ese breve espacio de tiempo ya había disparado tres veces. Contra el Alavés, bastaron tres minutos para ver puerta, en un contragolpe eléctrico, con cuatro toques. Todo nace de un cambio de orientación de Carlos Soler a Cheryshev, que se marcha directo hacia puerta. A mitad ruta encuentra el apoyo de Guedes. Un Guedes que con la pausa ha ampliado los matices de su juego. El luso devuelve a Cheryshev, que ve la llegada en segunda línea de Wass, que define al primer toque. Un gol coral con tres protagonistas que han llegado a tener un pie fuera este verano del equipo y que parecen muy activados bajo las órdenes de Bordalás.

Y con el gol a favor el Valencia siguió lanzando ataques en tromba. Sin retroceder, ni especular, como si fuera rugby. A los 8 minutos, robo y pase de Soler al espacio para que Guedes estrelle su pelotazo en la cruceta. Salvo con escapadas en solitario de Pellistri o un remate forzado de media vuelta de Guidetti, Mamardashvili estaba inédito. En la pausa de hidratación, esa puerta entreabierta para espiar el ideario de Bordalás, el técnico alicantino reforzaba esa ambición desmesurada del equipo que quiere estar de vuelta. “Se van a equivocar, vamos a por el segundo, muchachos”. Fue entonces cuando Gayà empezó a martillear el área alavesista con centros afilados. En el primero Maxi remató con el hombro. En el segundo Guedes a tocarla de cabeza. Con todos los rematadores a contrapié, Carlos Soler se inventó su mejor gol como valencianista, empatado con aquella vaselina ante el Celta. El 10 se inventó un espuelazo que levantó a Mestalla de sus asientos.

Tres goles, dos de penalti, en tres partidos. De Soler se sabe de sobra su versatilidad, su implicación colectiva, su buen pie. Pero lo que convierte a Soler en un futbolista diferencial es recuperar la privilegiada relación con el gol que le ha acompañado durante toda su carrera.

La entrada de Luis Rioja reactivó al Alavés en el inicio de la segunda parte. Mamardashvili apareció para firmar una gran estirada. Con el partido equilibrado, un desplazamiento en largo de Alderete, fue bajado con el pecho por Maxi, habilitando a Guedes, que marcó el gol que tanta falta le hace para volver a sonreír. Con más de media hora por delante, en esa hora mágica de los veranos de Mestalla, tocando la medianoche, hubo tiempo para por fin disfrutar tras dos años tragando penas. Fue el momento de aplaudir el debut de Marcos André, de corear las salidas en conducción de Alderete, de recuperar cánticos, de acompasar contragolpes al son de los pasodobles de la banda de música, de ovacionar a Soler y saludar a Yunus. Y de marcharse del estadio apurando el toque de queda, con una sonrisa orgullosa, saboreando los siete puntos de nueve posibles de un Valencia que, pese a tanto, se ha propuesto volver.