El corazón gigante del Valencia (1-1)

Con un inicio accidentado y una gran necesidad de fichajes, el equipo de Bordalás zarandea al Sevilla convocando ataques en tromba y se vacía para sumar un empate

Los jugadores del Valencia, protestando a Soto Grado

Los jugadores del Valencia, protestando a Soto Grado / EFE

Vicent Chilet

Vicent Chilet

Cuanta más adversidad, más riesgo, más nervio. El Valencia es un equipo que desafía su presente, rebosante de urgencias, convocando tormentas y avalanchas. Fiándolo todo al corazón y al caos, el equipo de José Bordalás fue capaz de zarandear a uno de los proyectos más asentados de LaLiga, un Sevilla que es la única alternativa a disputar el título al Real Madrid y que en Mestalla tuvo que multiplicarse para apagar cada incendio de un Valencia desatado. El orgullo por el compromiso blanquinegro, la recompensa del punto, es una conclusión a medias. Este es un equipo instalado en el abismo, en el milagro que anticipaba Rodrigo Moreno tras tumbar al Ajax en 2019. Ver a Diakhaby de mediocentro o Foulquier de interior debería interpretarse como el mensaje desesperado de su entrenador para que la propiedad cumpla con los fichajes, con la obligación de una gestión acorde a un club tan grande, a un equipo que se vacía hasta calambrar. El gran lamento, la expulsión de Gayà, que se pierde el crucial duelo frente al Atlético.

Ni el tempranero gol en propia puerta de Diakhaby, ni la lesión de Cillessen, alteraron el plan del Valencia. Cuantas más bajas, cuanta más desdicha y más necesidad de fichajes, más valentía y más corazón. Asistir a los partidos del Valencia es pasear por un precipicio, tan alto y tan vertiginoso como el propio Mestalla. Incluso con jugadores fuera de su posición, los valencianistas lograron embotellar en su área a un bloque tan bien armado en defensa como el Sevilla. No eran ataques métricos, nacidos de la pizarra, del raciocinio, de la herencia de Sacchi o de Cruyff. Eran avalanchas en tromba, ganando rechaces impetuosos, llegando con cinco efectivos al remate y dejando la espalda libre para contragolpes en bandeja de los sevillistas.

José Luis Gayà, descontento con el árbitro

José Luis Gayà, descontento con el árbitro / EFE

En ese 5-3-2 de inicio, que luego se transformó en un 4-4-2 con Foulquier de interior y Diakhaby de mediocentro (como en aquella semifinal de Liga Europa en Londres ante el Arsenal), el Valencia se aferró a las galopadas de Musah en prado abierto, a la inspiración de Guedes contra su rival favorito en LaLiga, y al corazón de Gayà, lateral y también extremo, que se hartó a probar centros. La amenaza del 0-2, evitado por Jaume y por el poste en la definición de Rafa Mir, no detuvo nunca la avalancha. A base de remates mordidos, de ganar duelos con intimidación y saques de esquina, el Valencia fue achuchando al dubitativo meta visitante Javi Díaz. Justo antes del descanso, la valentía tuvo premio, en otro cambio de orientación de Guillamón, otra internada de Gayà y gol de Guedes, que sumó un cabezazo a su repertorio de goles, todos ellos estéticos. En la primera parte, totalmente desatada, no se negoció tregua ni en los minutos de descuento, con amago de tangana y con una falta sobre Hugo Duro que Soto Grado cobró a favor del Sevilla.

El Valencia había zarandeado al Sevilla desde los extremos, y en ese mensaje incidió Bordalás tras el descanso, introduciendo a Toni Lato por Mosquera, algo superado por la temperatura tan alta del duelo. Era lógico que en la reanudación se desacelerara tanto desgaste, que se enfriara el caos. La pelota dejó de ir de área a área, en una pausa que agradeció el Sevilla. El Valencia se replegó con orden, confiado en armar contragolpe. Como tantas veces, con tan pocos recursos para reactivar los tramos finales, el desenlace fue cayendo del lado sevillista, con la entrada de su fichaje Tecatito y la expulsión de Gayà. Al 200% de su capacidad, el Valencia arañó un punto.

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