El Valencia cayó en su decimoctava final de Copa, en una final eléctrica contra el Betis, en los penaltis, con el fallo decisivo de Yunus Musah, un chaval de sonrisa radiante al que le aguarda mucho fútbol. Una derrota de pie, que siempre es una derrota cruel, que devuelve al pueblo de Mestalla a las incertidumbres de su grisáceo presente. Engullida la pena en un estadio de limpio recuerdo mágico, el valencianismo con el paso de los días asimilará que no solo se crece desde los títulos, sino también en las finales que se perdieron. En la primera derrota de 1934 se asomó a la élite, en los 70 tuvo que caer tres veces seguidas antes de rendirse, en la derrota de 1995 despertó de su peor sequía, impulsándose a su edad de oro. Y anoche comprobó que sigue muy vivo, con una enorme masa social movilizada en defensa de su club, mucho más entero de lo que queremos creer y llegamos a escribir, que invadió Sevilla con una festiva marea pirotécnica. Es la voluntad de querer llegar, pero también la certeza de saber volver. En Sevilla, donde nació y por donde discurre toda su gloria moderna. Contra todo y contra todos, es la pólvora que resiste al diluvio que cayó ayer a plomo antes del duelo. Contra una gestión que amenaza su futuro, contra un rival que llegaba como favorito, en un mejor momento, en su ciudad, con el 70% del estadio de su lado y las preferencias de la España neutral. El club sin más relato que el improperio de “bronco y copero”, con un técnico vestido de antihéroe como Bordalás, perdió, pero vuelve proyectado en el abrigo de su memoria, invocando el club que fue, los días de Piojo y rosas, para reconocer su esencia y renovarse generacionalmente, para volver a ser un equipo de rabioso presente y sacudir la nostalgia. Mucho antes de los penaltis, el valencianismo lo tuvo claro desde los himnos, con la concentrada mirada vidriosa del capitán Gayà, que era la de Juan Ramón y Puchades.

La primera aproximación se la apuntó el Valencia, vertical desde el primer minuto, pero no tardó el Betis en resituar el escenario en el previsible dominio territorial, en la posesión más calmada. Hernández Hernández castigó a Paulista con una amarilla tras un accidental manotazo a Borja Iglesias. El colegiado parecía que establecía un listón bajo de permisividad que luego no prosiguió, en un partido trufado de colmillazos en cada balón dividido. Borja Iglesias, sonriente en cada plano, musitando juegos psicológicos a los oídos de los tres centrales valencianistas, no tardó en acaparar protagonismo. A los 11 minutos, el Panda remató a placer, un centro medido de Bellerín. El testarazo salió despedido como un cohete, a dos metros de Mamardashvili, que cuando quiso reaccionar ya tenía la pelota dentro.

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Las mejores jugadas de la final de la Copa del Rey Betis-Valencia Jose Manuel López / Francisco Calabuig

En cada partido contra Bordalás, los rivales llevan el debate al argumento, envenenado de superioridad moral, del estilo. En una final no juegan los estilos, juega la mentalidad. La que tuvo el Valencia para soportar el riesgo de fractura total en los siguientes minutos, en los que la mayoría ambiental bética (70-30%) se hizo notar al tiempo que cada elección dubitativa de Diakhaby aumentaba la zozobra, contra un Betis dinámico y coral. Resistió el Valencia, que disipó temores al galope de Guedes. Fue la señal que precedió al rugido. Era la media hora e Ilaix Moriba vio el pase a Hugo Duro con la misma intuición en la que hace 23 años otro talento indomable, Adrian Ilie, sirvió una asistencia de seda a Gaizka Mendieta, para marcar en esa misma portería “un gol realmente increíble”. Solo ante Claudio Bravo, Hugo Duro, el indiscutible jugador de esta Copa, marcó con una deliciosa cuchara.

“Que bote Mestalla”, gritaba la minoría de la Cartuja, con los corazones en la garganta. Se pasó al intercambio de golpes, con el Valencia crecido. En una contra, con resbalón de Bartra, Hugo Duro no encontraba en el pase a Guedes. En el minuto siguiente, Canales enviaba el balón al poste. Entre medias, se protestó un posible penalti de Bravo por empujón a Hugo Duro. Ambos equipos agradecieron llegar al descanso vivos, con un empate de apariencia frágil, con Anil Murthy comentando la jugada en el palco con Alaska y Mario Vaquerizo.

El Valencia salió guerrero en la segunda parte, reforzado psicológicamente, reencontrado en su papel de animal de finales. El partido pasó a ser gobernado por la irreverencia de Ilaix, por la maestría de Carlos Soler Barragán, cuya clase se eleva en grandes citas. El 10 de Torrefiel no reúne solo talento, también jerarquía para afear a Borja Iglesias sus excesos cancheros, y para arengar al fondo norte de camino a un saque de esquina. El gol se olió en la internada de Gayà, cuyo pase de la muerte fue desviado ligeramente por Claudio Bravo y evitó que Hugo Duro orientase bien el remate, a puerta vacía. A continuación, Soler dibujó un pase al segundo palo que no logró embocar Moriba.

Dejó el Valencia vivo al Betis, que se rehizo con la sociedad entre Borja Iglesias, que protegía y pivotaba para que Juanmi enfilara barraca. El atacante se topó en el 65 con Mamardashvili, providencial a quemarropa para evitar el segundo tanto verdiblanco. Con el partido roto, necesitado de cambios que no llegaban, Juanmi disparaba al poste en el 78. Volvía a tambalearse el Valencia, con Guillamón rozando la segunda amarilla. Mamardashvili volvía a erigirse como un muro en el 82 ante Fekir. Racic y Bryan Gil entraban para dar un nuevo aire a un Valencia que veía la prórroga como un buen negocio. Antes, en una contra nacida de una grieta encontrada por Bryan Gil, los blanquinegros tuvieron el segundo, la sentencia, la rúbrica de la novena. Bryan cedió a Gayà, que esperó la llegada de Soler, cuya definición a placer fue desviada por Bravo.

Los riesgos se minimizaron en la prórroga, más abierta en la segunda parte, con los dos equipos fundidos, traicionados por los resbalones y las rampas. En los penaltis, en el fondo bético, con un portero de 39 años y otro de 21. Soler el primero definió a la escuadra. Willian José trotó con lentitud hacia el 1-1. Racic, con la sangre fría serbia, no se inmutó a la parsimonia psicológica de Bravo. Mamardashvili tocó con la yema de los dedos el disparo de Joaquín (2-2). Guedes, era su noche, hizo el 3-2. Otro exvalencianista, Guardado, rubricó el 3-3. Musah lo envió alto. Gayà alargaba la esperanza. Pero Miranda no erró. Musah pedía perdón a la grada, que premió con lágrimas y aplausos la dignidad del Valencia que ha vuelto.