Una Liga que cambió la historia

Se cumplen 20 años del quinto título del Valencia, que puso fin a una sequía histórica y que se fundamentó desde la sabiduría táctica de Benítez

El Valencia de Benítez ganó la liga en 2022 y dieron lugar a unos años dorados en los que el valencianismo ganó títulos y llegó a dos finales de Champions.

El Valencia de Benítez ganó la liga en 2022 y dieron lugar a unos años dorados en los que el valencianismo ganó títulos y llegó a dos finales de Champions. / EFE

Vicent Chilet

Vicent Chilet

Hace veinte años, en Málaga, con un cabezazo de Fabián Ayala y un gol de Fabio Aurelio que tardó cinco minutos en validarse pese a no existir el VAR, el Valencia se proclamaba campeón de Liga por quinta vez en su historia y recuperaba el trono del fútbol español. Un logro que culminaba un crecimiento sostenido desde el título de Copa de 1999 y las dos finales de Liga de Campeones de 2000 y 2001, y que se vería continuado con el doblete de 2004. La consolidación de una hegemonía y el triunfo de una cultura de club que, en la actualidad, alejado de Europa y en pleno retroceso deportivo y económico, parecen distar a años luz. La Liga de 2002 fue éxito de un incalculable impacto generacional. En los 55 años anteriores, desde la última Liga de la delantera eléctrica en 1947, el Valencia solo había conquistado un título liguero, el de 1971. Fue un logro contra pronóstico, pero de milagro tuvo poco.

Los valencianistas alzaron el título sin ser el equipo más poderoso económicamente, optimizando al máximo sus recursos (con únicamente 51 goles a favor) y en un proyecto en reconstrucción. El verano anterior, en 2001, el Valencia venía de perder por segunda vez consecutiva y en circunstancias dramáticas la final de la Liga de Campeones; el técnico Héctor Cúper no había renovado y el presidente Pedro Cortés había dimitido después de no haber podido mantener al capitán y «murciélago del escudo», Gaizka Mendieta, traspasado a la Lazio. Para rematar la complejidad, hasta cuatro entrenadores (Bianchi, Mané, Aragonés e Irureta), declinaron la oferta de dirigir al Valencia. El reto fue aceptado por un técnico casi novel, como Rafa Benítez, que había ascendido al Tenerife. Los ingredientes eran los típicos de un año de transición, pero la ambición y la estructura del proyecto en todos los estamentos resistía cada contratiempo. Era un club sin luto, ni ruptura.

Nada perturbaba a aquel Valencia, nada le distraía de querer ser protagonista siempre. El bloque no perdía competitividad, ni ambición, y además sabía reciclarse bajo la clarividencia en la dirección deportiva de Javier Subirats, con el apoyo de Jaume Ortí en la presidencia y Manuel Llorente con el mando ejecutivo. Las llamativas ventas del Piojo López, Mendieta, Gerard o Farinós eran suplidas por los fichajes de Baraja, Marchena, Aimar o Vicente, y además aguantaba el armazón, el núcleo duro de los Cañizares, Pellegrino, Djukic y Carboni. Benítez fue el encargado de culminar la obra iniciada por Claudio Ranieri y perfeccionada por Héctor Cúper. La confianza en el técnico madrileño era total. Subirats lo conocía desde que coincidieron años atrás como entrenadores en un Real Madrid-Valencia de juveniles. La organización táctica de sus equipos, inspiradas en Arrigo Sacchi, era la ideal para el contexto de un Valencia curtido y con camino recorrido. Con 41 años, no había celebridad en el técnico madrileño, pero sí un método que había hecho callo en experiencias dispares como la del Extremadura, Osasuna o Valladolid.

El debut en Liga fue una tarjeta de presentación. El Real Madrid de Zidane cae en Mestalla con un solitario gol y una fiereza desmesurada, con 36 faltas cometidas. Desde aquel día, el punto diferencial de Benítez en aquel Valencia sería el crecimiento táctico. Había una escena que se repetía en la sala de vídeo de Paterna. El técnico daba la palabra a sus jugadores para preguntarles cómo defendían, por ejemplo, a equipos con dos extremos o un mediapunta retrasado. Se abría el debate y muchos aportaban su opinión. Benítez atendía cada intervención para acabar desgranando, con el tono didáctico de un profesor, su opinión, que solía ser distinta de la del grupo. Sin embargo, en aquellos jugadores se desarrollaba un espíritu de entrenador, interiorizando una enorme riqueza de conceptos tácticos que convirtió al Valencia en una de las maquinarias tácticas más sofisticadas de Europa. «Desarrolló en nosotros una visión del fútbol mucho más global, pero también específica. Alcanzamos un nivel táctico difícil de ver en otro equipo», confesó Cañizares a la revista Panenka en 2020 para referirse a aquel equipo. El vestuario creyó en su mensaje.

Esa firmeza era superior a todo amago de crisis que siempre fue externo y no abrió ningún boquete interno. Así sucedió cuando en diciembre el equipo acumulaba 9 empates en 16 partidos y se abrió el debate periodístico de una destitución. Pasaron pocas semanas entre la famosa remontada de Montjuic (2-3) y la revelación que el propio Benítez haría a los capitanes, una mañana de enero en la ciudad deportiva, a seis puntos del Real Madrid y tras una polémica derrota en el Bernabéu, con gol legal anulado a Ilie. «Vamos a ganar la Liga, chicos». La predicción parecía la de un loco (así se lo tomaron los pesos pesados), pero estaba fundamentada en razones casi científicas, en detalles como las rutinas de alimentación y descanso, casi pioneras en la época. En el esprint final, a partir de marzo, iba a notarse la reserva de energía de las constantes rotaciones criticadas en los empates del otoño. Además, el Valencia recuperó a Rubén Baraja, ausente en toda la primera vuelta por lesión, para formar un doble pivote de época con Albelda (a la altura de Puchades-Pasieguito y Roberto-Paquito) y capitanear la gran remontada, el triunfo de una indomable cultura de club, ya extinguida.