Si las aguas bajas revueltas en Mestalla, ni que decir tiene en el Manzanares. Allí existen los mismos o más problemas que en el Valencia, pero elevados a la máxima potencia. El histórico 'pupas' se desangra en el apartado económico, en el social, y, sobre todo, el deportivo. Un paupérrimo empate en Champions ante el Apoel Nicosia y el peor arranque en la última década —dos puntos de doce en la Liga BBVA— han dejado a los colchoneros en puestos de descenso y a Abel Resino en la UVI.

La realidad, más allá de expresiones o giro periodísticos, es que el técnico del Atlético de Madrid ya no puede permitirse más tropezones. Una derrota en el choque de mañana supondría el definitivo golpe de gracia para el toledano. Éste, que no Unai Emery, quien ayer recibió un público voto de confianza por parte del consejero deportivo blanquinegro, Fernándo Gómez, apunta a primer entrenador destituido esta temporada en la máxima categoría nacional.

No sólo flojean los resultados. También lo hace el respaldo de los responsables del club y la afición rojiblanca. Las dudas tácticas mostradas hasta ahora por sus pupilos han reanimado las dudas que existían sobre la continuidad del toledano el pasado verano. Poco han tardado en salir a la palestra los nombres de posibles sustitutos; se habla de Quique Sánchez Flores, Luis Aragonés y Bernd Schuster, entre otros.

Hasta alguno de los miembros de la plantilla se ha atrevido a desacreditar su discurso tras el empate del miércoles ante el Almería. Minutos después de que Abel achacara el resultado a «la falta de paciencia y confianza» —dijo que una victoria acabaría con la «tensión existente»—, Sinama-Pongolle aseguró prácticamente lo contrario: «Tenemos muchas ganas. El nuestro no es un problema de confianza porque hemos buscado siempre el gol».

El caso es que sus números globales no son especialmente sangrantes. Además de haber clasificado al Atleti para la Champions, tras ganar 11 de los 17 últimos del pasado campeonato, el toledano cuenta por victorias el 50% de los duelos disputados desde que llegó al banquillo colchonero hace siete meses y medio. Son las sensaciones y la convulsión en la que permanentemente vive instalado su club las que más daño han hecho a su imagen. Nada nuevo en una entidad, al borde del cataclismo social y económico, que en los últimos años ha hecho saltar los plomos en cuanto el equipo no ha ofrecido los resultados esperados. Sólo pensar que los rojiblancos han tenido 32 entrenadores en dos décadas debe provocar más de un escalofrío al ex del Castellón.

Y no parece que el de Abel vaya a ser el mismo caso que el de Javier Aguirre. El mexicano, predecesor del que fue portero atlético, permaneció en el cargo casi hasta viento y marea por haber devuelto al equipo a la Champions diez años después. El «cambiar de entrenador es prácticamente imposible» expresado el miércoles por la noche por su presidente, Enrique Cerezo, se antoja más como un último aviso que como un mensaje de tranquilidad para el toledano. De poco parece que puede servir que Roberto Jiménez, habitual portero suplente, titular ahora con la marcha de Asenjo al Mundial sub '20, diga que «es precipitado e injusto hablar de cambio de técnico» cuando al dirigente se le escapa que «hay plantilla para más».

El potencial del colectivo que dirige es otro de los motivos de debate y de debilitamiento de Resino. Él, que no es un maestro de la pizarra, sino uno de los calificados «psicólogos del fútbol», no ha podido subsanar ciertas carencias congénitas de los colchoneros en los últimos años. La defensa no defiende y el resto es incapaz de conectar con fluidez con sus dos jugadores más desequilibrantes: Diego Forlán y Kun Agüero, como critica la grada, están muy sólos arriba. Si el año pasado no fue capaz de explotar las cualidades de Ever Banega, ahora, tras descartar el fichaje de Moutinho por falta de liquidez, tampoco es capaz de dar equlibrio al equipo con la figura de un mediapunta pese al regreso de Jurado.