«Rebuscando en el cajón esta mañana he encontrado la entrada de la última semifinal de Copa en Barcelona, era un 27 de febrero de 2008. Unos meses después fuimos campeones en Madrid. Ahora tengo fe en que lo repitamos y que esta entrada también sea histórica». A las tres y diez de la tarde el presidente de la Penya Valencianista de Museros, José Ramón Albiach, alentaba así, enseñando los billetes para el Camp Nou, a los valencianistas del autobús número 4. El escudo del murciélago en la luna trasera delataba cuál era una misión que acabó siendo imposible.

Una hora antes el valencianismo se había apoderado de la zona del estadio que da a la Avenida de Aragón donde esperaba la llegada de los 12 autobuses de la ilusión, seis del viaje organizado por el club, cuatro de la Agrupació de Penyes y dos de la Curva Nord. Fue el punto donde empezaron a calentar los motores con sus cánticos de guerra y los estruendos de los primeros masclets.

Los mil aficionados valencianistas creían en la épica. Una idea rebotaba en la mente de todos. «Sí, se puede, sí se puede». El pasado se lo había demostrado con ejemplos heroicos como los capitaneados por Kempes, Piojo o Baraja. Camino de la Ciudad Condal, según decían desde atrás los más jóvenes, el autobús se dividió cual Mestalla. En la parte delantera, más tranquila, Vicent aprovechaba la previa de SUPER, ´Cita con la historia´, para contarle a Marc viejas batallas blanquinegras, razones por las que debía creer en el Valencia.

Vicent es de Xeraco. Salió a la carrera del almacén de naranjas donde trabaja en Piles para recoger a su pequeño y no hacer tarde. Hoy ha llegado pasadas las cuatro de la madrugada a Valencia y, sin dormir, ha dejado primero a Marc en casa y, de ahí, directo al trabajo. Lo mismo que Josep y José, dos colegas de Ontinyent y Alcàsser, que abandonaron media hora antes la empresa y a los que, tras la aventura copera, les aguarda una intensa jornada laboral que arranca a las siete.

La historia, el sacrificio de ellos, fue el de todos. El esfuerzo valió la pena. «Sabemos que es difícil, lo único que les pedimos es que den la cara, que defiendan el escudo con honor y se lo dejen todo como nosotros», respondía Borja, estudiante de Enfermería. Los seguidores cumplieron la promesa desde lo más alto del feudo barcelonista. En el viaje de ida los ánimos no decayeron ni un sólo instante, pero en el tercer anillo del estadio se amplificaron. «Tu grada, tu grada, tu grada que te anima, te anima, con el alma, el alma, el alma y la garganta…» o «Orgullosos del teu nom viatjarem per tot el món… El Valencia és el nostre campeó» se convirtieron en los hit parade del día. En los comienzos la ilusión les invadió con el chut de Soso, aunque el gol de Cesc los dejó helados. Eso sí, sólo unos minutos. La fe no tardó en volver a sus corazones.

Dicho convencimiento lo alimentaron durante las cuatro horas de un desplazamiento cargado de anécdotas. Como los gritos de ánimo al chófer, mientras adelantaba al resto de autobuses antes de la parada de descanso en Alcanar. «¡Viva, viva Mendieta!». Mientras unos, con las pelucas naranjas, no se cansaban de cantar, otros pasaron el rato jugando a la pocha o al póquer.

A las ocho en punto, tras atravesar el clásico atasco de la Diagonal, el autobús entró en el párking cercano al estadio. A la bajada las tracas avisaron de la llegada de los valencianistas. Fue la hora de unirse con los ´hermanos blanquinegros´ de Barcelona, Tarragona y Lleida. Los Mossos d´Esquadra les escoltaron hacia su zona en la grada. Lugar en el que, ni si quiera el segundo de Xavi, mató la esperanzas.

Con el pitido final y el himno culé sonando en la megafonía el sueño sí murió, pero los jugadores desde el medio campo agradecieron el aliento de 1.000 murciélagos que se dejaron hasta la última gota de sus fuerzas. Una justa recompensa. La vuelta fue triste. Horas después contaron la batalla a los suyos en Alberic, Llíria, Valencia, Fontanars, Alginet o Atzeneta.