El Valencia vive inmerso en la contradicción entre ser el tercer clasificado de la Liga desde hace quince jornadas y sin que su puesto apenas haya peligrado y los silbidos y pañuelos que su afición le ha dedicado en los últimos partidos.

Así fue en el encuentro del domingo ante el Mallorca, en el que se escucharon pitos cuando el Valencia ganaba por 2-0 y se vieron pañuelos a la conclusión del choque, cuando el equipo balear se llevó un empate de Mestalla.

Mientras el técnico del Mallorca, Joaquín Caparrós, destacaba en la sala de prensa la calidad de los valencianistas y calificaba a su técnico, Unai Emery, como "un pedazo de entrenador", la afición acababa de mostrar su descontento por la incapacidad del equipo para cerrar un partido que ganaba por 2-0.

Si a eso se une que sólo 72 horas antes el 4-0 con el que el Valencia ganaba en la ida de la Liga Europa al PSV se transformada en un 4-2, se entienden los abucheos del público, aunque quizá no los comprendan los seguidores de otros clubes, que cambiarían a ojos cerrados la situación de su equipo por la del Valencia.

En la segunda vuelta de la Liga, el Valencia ha sumado ocho puntos de los veintiuno que ha disputado. Parecen pocos para un equipo que quiere repetir participación en la Liga de Campeones, pero también dan la impresión de ser suficientes como para que ningún perseguidor le haya dado alcance.

Pese a ello, la ventaja sobre el cuarto, que hace un mes era de ocho puntos, ha quedado reducido a cuatro.

El equipo y su entrenador viven una situación poco usual en la que los elogios que llegan de fuera encuentran contrapeso en las críticas que se generan en casa.

Los números del Valencia de Emery son poco discutibles, pero los que ven jugar al equipo partido a partido son incapaces de entusiasmarse con su fútbol.

Los que siguen al equipo día a día no se sorprenden de que dos de los mejores primeros tiempos del equipo en toda la temporada, los de los partidos ante el PSV y el Mallorca, den paso a la decepción del 4-2 ante los holandeses o del 2-2 contra el Mallorca.

El Valencia se ha especializado en los últimos tiempos en no cerrar los partidos. En muchos ha tenido la cortesía de ceder al rival el gol o los goles que cierran el encuentro.

Últimamente ya no lo hace en los instantes finales o en tiempo de prolongación, pero durante algunas fases de la temporada esa fue una de sus especialidades, tal y como ocurrió en sus visitas al Mallorca, Betis, Osasuna o Racing de Santander.

Es cierto que el Valencia ya no cuenta con hombres de la talla de David Villa, David Silva, Juan Mata o Rubén Baraja, pero también lo es que su estilo de juego no está definido.

Sin titulares y sin suplentes, con rotaciones moderadas o excesivas, sólo hay algo más complicado que explicar la filosofía de juego del equipo: adivinar la alineación.

En ese contexto, el Valencia mantiene cuatro puntos de ventaja sobre el cuarto, que ahora es el Málaga y, por ello, depende de sí mismo para acceder al tercer puesto que el club se marca año tras año como objetivo para disputar la Liga de Campeones y tener abierto su horizonte económico en tiempos de penuria.

A pesar de la aparición de los pañuelos en las gradas de Mestalla y de la indefinición del fútbol del Valencia, nadie puede negar que las cifras alientan la esperanza, pues es el mejor posicionado para ser tercero al final de la Liga y viaja a Eindhoven el jueves con la eliminatoria a su favor.

Castigado por su público, aplaudido por los profesionales del banquillo, el futuro de Unai Emery va a ser el tema estrella hasta el final de la temporada, ya que el técnico genera sensaciones diametralmente opuestas partido a partido.