30 de octubre de 2012. Para Llagostera no será un día más. Siempre se recordará en el pueblo y en el club por la visita del Valencia Club de Fútbol al Municipal. Durante toda la semana se colgaron banderas del equipo en los balcones del pueblo. Se colgó el cartel de ´no hay billetes´. No podía ser de otra manera. Casi tres terceras partes de la población acudieron a la fiesta que Isabel, Oriol y todos los jugadores habían hecho posible desde hace muchos años atrás. 1.800 aficionados sentados y 400 de pie convirtieron el Municipal de Llagostera en una fiesta. Banderas de la localidad, del club, bufandas conmemorativas del partido y alguna que otra ´estelada´ poblaron las gradas de un Municipal reconvertido que para los vecinos se había convertido en un auténtico Maracaná.

«This is el nostre Municipal de Llagostera», nos decía un aficionado nada más entrar al estadio. «Gracias por el trato que nos habéis dado», nos decían los responsables de comunicación del club. «Mirad ahí, todas esas gradas en los partidos de Liga no están». El dato lo dice todo. «Solemos tener entre ocho y diez acreditaciones para un partido normal y hoy „por el martes„ hemos pasado de las cien solicitudes». La panorámica era tan inusual como emocionante para los vecinos que empezaban a a llenar las gradas supletorias. Todo era nuevo. Las dos gradas de detrás de la portería, las cabinas de prensa, la improvisada sala de prensa en un pabellón cubierto€ Hasta una barra de bar auxiliar se había montado en una de las esquinas del campo.

La lluvia lo puso todo un poquito más difícil a todos, pero era tanta la ilusión del pueblo que para ellos parecía un día caluroso. Empezaron los cánticos, los paraguas al viento y los primeros ánimos a sus jugadores. Los primeros de los equipos de la escuela que también poblaban las gradas y que habían tenido libre el lunes y martes. Y es que, el club suspendió los entrenamientos de los niños para organizar la fiesta. Con ese mismo respeto y admiración trataron al Valencia. «¿Ha llegado Soldado?», preguntaban. Todos querían verlos, tocarlos y hacerse fotografías. Mientras tanto, los directivos disfrutaban de la fiesta trabajando. Uno estaba en el bar sirviendo bocadillos, otro se encargada de la tienda del club vendiendo bufandas del partido, otro estaba pendiente de la recaudación y las taquillas. Era su especial forma de disfrutarlo. Otros no paraban de trabajar. Como Mauricio Pellegrino. Nada más llegar al estadio saltó al césped para comprobar las dimensiones que tanta guerra le habían dado en la previa del partidos y para ver el estado del césped artificial. Llorente veía el partido en compañía de la presidenta Isabel No faltaba nada. Hasta Oriol Alsina había cumplido su promesa de ir al monte a por rebollones. «Y ahora a disfrutar del espectáculo», decía la megafonía del club. El sueño estaba a punto de convertirse en realidad.