Si el gol es la expresión más genuina del fútbol, este año Mestalla va a disfrutar de puro espectáculo. En una noche llena de expectativas, a la hinchada no le quedó más remedio que descubrirse ante las buenas sensaciones, ante el vigor renovado de la plantilla, ante las caras nuevas, ante la fiesta, ante los más jovenes... Pero por encima de cualquier cosa, ante Alcácer y Rodrigo, una sociedad extremadamente prolífica: la sociedad del gol. Dos solistas capaces de elevarse por encima del ritmo de cualquier partido de verano para hacer lo que más saben, sacudir el marcador con violencia. Dos depredadores que le recordaron al Milan y a quien se ponga por delante cuál es la talla del Valencia y que, con sus comparecencias, calibrarán las aspiraciones del conjunto de Nuno Espírito Santo.

El partido apenas había concedido un par de destellos de Rodrigo por banda derecha cuando un guitarrazo de Zapata en el centro del campo le sirvió a Paco Alcácer para descerrajar la portería del Milan. El delantero de Torrent adoptó el balón en el círculo central y sin más aspavientos levantó la cabeza, cazó a Diego López como el Piojo cazó a Molina y ejecutó el disparo. Desde su casa, templado, con las coordenadas precisas. Directo al fondo de la red. Paco pegó el primer chispazo de fútbol de la temporada en Mestalla. Y es que hay algo que no se negocia, Alcácer tiene gol. En el área o a cincuenta metros de ella. El conjunto de Nuno se adelantaba y tomaba la iniciativa del partido, con Parejo oficiando de administrador entre líneas, exhibiendo una vez más su clarividencia, temporizando el juego, repartiendo a izquierda y a derecha.

El capitán tomó el timón y demostró carácter y sentido del juego en la medular. Sin embargo, diez minutos después, Keisuke Honda se cobró su revancha personal. El japonés aprovechó un lanzamiento de falta desde 30 metros para encajar la igualada en el marcador. Su golpeo seco con la zurda pegó en la cara interior del poste y cruzó la portería a la espalda de Diego Alves, que voló a destiempo. Encallaba el partido en un empate momentáneo que midió la pujanza de hombres como Gayà, la plasticidad de André Gomes, el sentido práctico de Javi Fuego o la consistencia defensiva de Otamendi y Vezo, una pareja en vías de entendimiento.

En los últimos minutos del primer tiempo, Rodrigo anotó un tanto de delantero de primera fila. Un golazo digno del jugador de moda. Recibió el balón ante la pasividad de la desafinada zaga del Milan, ponderó la arrancada ante la mirada de Albertazzi y Bonera y cuando se le echaron encima, latigazo. Un movimiento eléctrico con la zurda que desabotonó de forma brusca al conjunto rival y un remate poderoso, al poste y adentro. Y Diego López, de nuevo dentro de la portería. Nuno aplaudía de pie desde el área técnica y pedía el reconocimiento para el hispano-brasileño, que se significó con la mejor carta de presentación ante su nueva hinchada. Entre tanto, el Milan envidaba a los balones largos y a los movimientos de desmarque de El Shaarawy y Pazzini, que buscaban soluciones a un equipo desdibujado por la falta de continuidad de Muntari y Honda en la medular. El Milan creció a partir de la seriedad defensiva, ganó presencia en campo contrario y redobló la velocidad en ataque. Ménez estuvo a punto de batir a Yoel, pero el partido acabó difuminado con las sustituciones.