Equipo sin objetivos, club sin timón. La radiografía del Calderón reforzó el diagnóstico y disminyó al máximo el valor de la serie reciente de victorias en Mestalla ante Athletic, Real Madrid y Leganés. El proyecto está destrozado. La plantilla todavía es capaz de ofrecer fogonazos de vida, pero su capacidad competitiva es artificial. De quita y pon. El fondo y las formas de la derrota ante el Atlético han agotado el crédito del grupo y han recuperado realidades incompatibles con la construcción de un equipo auténtico: el sentido de pertenencia está triturado, la consciencia de grupo va por barrios y el interés por permanecer en el club hace tiempo que se quebró en favor del negocio. Los futbolistas interesados -de verdad- en quedarse en el Valencia se cuentan con los dedos de las manos... Meriton ha convertido la normalidad y la lógica en imposible -así de duro-por su sistema de gobierno y por lo que transmite a diario, incluida una línea corporativa desastrosa. Lo ha confirmado la -absurda-- crónica del Valencia-Atlético en la web oficial del club. El último despropósito es mucho más que una anécdota. Creer y confiar en el club es difícil para todos.

El problema que se ha manifestado en Mendizorrotza o en el Calderón es que la falta de presión puede tomar forma de conformismo, mediocridad, indiferencia y despreocupación. El peligro -para Meriton- y la vergüenza son actuaciones como la de Mestalla ante el Eibar. La diferencia de diez puntos respecto a la zona de descenso y las limitaciones de adverdarios como Granada, Sporting y Osasuna parecen garantizar una primavera tranquila. El contexto es propicio para intentar competir sin limitaciones y sin cargas en las últimas jornadas. La escena es ideal para empezar a construir y crecer, para rodar a futbolistas de futuro como Carlos Soler o recuperar activos de gran valor. Esa es la postura que ha defendido Martín Montoya, por ejemplo. Cuestión que después no ha tomado forma en el terreno de juego porque el discurso de la exigencia no interesa a una parte del vestuario -como ha manifestado Diego Alves, empeñado en no elevar el listón más allá de la salvación- y tampoco al club. No es cuestión de equivocar las expectativas sino de obtener el rendimiento esperado, trabajar en función de un objetivo compartido y realizable, partido a partido. Si el Valencia no se marca una meta ambiciosa, que proponga un desafío y reactive la motivación, estará muerto.

Una derrota ante el Sporting, con la visita al Camp Nou a continuación, podría reactivar el lío. Si bien, más allá de la hipotesis, el reto es necesario para que LaLiga no se convierta en una tortura y en un descrédito continuo. Esa montaña rusa no le conviene a Meriton. El objetivo es que no hay objetivo. Y ese es el peor enemigo posible.

Voro está en su papel y ha cumplido con creces como entrenador salvando una de los momentos más duros de la historia del Valencia. Todos los valencianistas hubieran firmado estar en la situación actual -diez puntos por encima del descenso- después de empatar en El Sadar con Osasuna. El miedo se sentía y perder la categoría no era una locura. El grupo estaba superado totalmente -sin confianza- y reaccionó en un escenario realmente difícil, apoyándose en jugadores y líderes que estuvieron marcados y que no tenían ni tienen su futuro claro, como Parejo o Enzo Pérez. La realidad es la que es...Voro protege y defiende al vestuario, camina con los pies en el suelo con lógica. El míster ha sido conservador en sala de prensa, pero también ha reclamado orgullo, atención y amor propio. Eso es lo que mínimo que se espera del Valencia. Ahora necesita la respuesta sólida de los jugadores o puede terminar quemado.

Salvados, pero perdidos

Son excepción los equipos de LaLiga que compiten por nada en esta recta final. El Valencia debe intentar escapar de la tierra de nadie en la que están atrapados Las Palmas, Málaga o Real Betis. Marcarse una meta, por ridícula que parezca, ayudaría. Para empezar, podría darle un valor a quedar entre los diez primeros. Por prestigio, por historia, por afición y por el momento de crisis existencial y espiritual, el club no puede permitirse el lujo de repetir la escena de la temporada pasada, cuando después de asegurarse un final de curso tranquilo -ganando a Sevilla, Barcelona y Eibar- se dejó ir. Pako Ayestarán cerró la permanencia y firmó su continuidad, pero las derrotas ante Getafe, Villarreal Real Madrid -aunque intentó reivindicarse en la segunda parte del Bernabéy- y Real Sociedad hicieron mucho daño. Entonces quedaban cuatro jornadas. Ahora restan doce por finiquitar, 36 puntos.