«Voy a ver el Zenit-Benfica, hay cosas importantes». Con esas palabras Nuno Espírito Santo le mandó un mensaje claro y directo a la propiedad del club a finales de noviembre de 2014. En aquel partido de Champions iba a jugar Enzo Pérez, el hombre al que el Valencia le atribuyó un impacto determinante sobre el nivel competitivo de la plantilla a la hora de plantear su fichaje, una aventura que se resolvió en dos asaltos. El técnico portugués llevó a la obsesión la idea de tener un equipo fuerte defensivamente y eso iba más allá de la zaga, implicaba en gran medida al centro del campo. En plantilla tenía a André Gomes y a Parejo, dos hombres de perfil más creativo, y a Javi Fuego, un jugador que no le acababa de convencer y que a medida que fue avanzando el campeonato aumentó su peso específico a base de rendimiento y liderazgo. Sentía Nuno que a la medular le faltaba un hombre que le diera empaque, un futbolista cuya incorporación supusiera un salto de calidad. Y el nombre era Enzo, al que la secretaría técnica de Rufete y Ayala ya tenían controlado pero al que no podían acceder porque después de cuajar un gran Mundial con Argentina -llegó hasta la final­-no saldría de Benfica a no ser que un club pagase más de 20 millones.

Y eso fue lo que acabaría sucediendo. Después de un intento fallido en verano por las limitaciones del Fair Play Financiero, Peter Lim autorizó pagar 25 millones de euros por el futbolista en el mercado invernal en una operación que contó con la intermediación de Jorge Mendes. El jugador se sabía en el mejor momento de su carrera, venía de ser la sensación de Argentina en el Mundial, era el líder de Benfica y duplicaba su sueldo. Estaba como loco, con 28 años, por aquel entonces, interpretaba que exhibirse en el Valencia era el paso idóneo para poder dar el salto al Barça o el Real Madrid. Su presentación congregó a 8.000 personas en las gradas de Mestalla. Los técnicos veían en él al jugador de contención, despliegue, garra y calidad en el pase que necesitaba el equipo para poder recalibrar las expectativas deportivas de cara a la temporada siguiente, en la que el objetivo era jugar la Champions. Su primer partido, ante el Madrid en Mestalla, causó buenas sensaciones. Desde ese momento su cotización caería en picado hasta convertirse en un nefasto negocio.

El Valencia, que empezó pidiendo 10 millones de euros, ha ido bajando el precio hasta acabar cobrándole menos de 3 millones a River. La necesidad de facturarlo antes del 30 de junio para que entre en el actual ejercicio fiscal y por tener algo de liquidez para afrontar otras operaciones, además de su postura -solo quería ir a River- y la conveniencia de que no se presentara el lunes para la pretemporada han precipitado todo en su traspaso, que ayer era anunciado de forma oficial. Tras su primer semestre, Enzo afrontaba su primera temporada completa con ánimo de revancha pero con cierta indeterminación al respecto de su posición en el campo, algo que le ha acompañado desde el primer día. No tiene la suficiente claridad en la salida de balón para oficiar de ´6´ y quizá su demarcación más natural sea la de llegador para poder explotar su recorrido, la mejor de sus virtudes.

Amortización alta y sueldazo

La 2015/16 vendría marcada por la falta de continuidad debido a las múltiples lesiones que sufrió. El jugador, tal y como reconoció, llegó a sentir que era de cristal. Que le picaba un mosquito y tenía una lesión muscular. En sus dos campañas y media como valencianista se ha perdido 34 partidos por lesión, permaneciendo un total de 181 días de baja y habiendo jugado 74 partidos oficiales en los que vio 34 amarillas -una cada 159 minutos- sin haber anotado un solo gol. Las estadísticas reflejan que su impacto está muy lejos de ser el que se le adivinaba. El cuerpo médico diseñó planes de dosificación para el futbolista con el objetivo de preservar su estado físico pero eso no evitó que acabara diluyéndose.

El verano pasado, en un contexto financiero limitado, similar al actual, el club lo consideró un activo tóxico por dos motivos. El primero, por el gravísimo desajuste que ha existido entre su rendimiento y su altísimo coste de amortización y sueldo: cobraba más de dos millones de euros, es de los más altos de la plantilla. El segundo, por su actitud. Esta temporada si ha sido capitán ha sido por falta de contrapeso en un escenario de crisis de liderazgos. Marcelino no lo quería en el vestuario. Su foto burlándose de los pitos de la grada y sus continuas salidas de tono cada vez que hablaba ante los medios dejan más poso que su rendimiento.