No se esperaba demasiado cuando le abrieron la puerta de salida rumbo a La Rosaleda. Joaquín dejó Mestalla hace ya seis años, iba camino de los 30 y sorprendió ofrenciendo algunos de los mejores partidos de su carrera. Al Valencia le costó 25 millones de euros y se le dejó salir por poco más de cuatro. Se le consideró amortizado... y terminó reforzando un adversario directo. Para más inri, el Málaga también teminó llevándose a IscoIsco. En la Costa del Sol, junto a Pellegrini, rozó una semifinal de Champions. Tuvo momentos de crack.

Dos años después dejó La Rosaleda para marcharse a la Fiorentina, casi nadie apostaba por él en el contexto del Calcio y, sin embargo, volvió a echar mano de su talento y su experiencia para ofrecer un rendimiento muy por encima de las expectativas. Incluso llegó a lucir el brazalete de capitán. No fue nada extraordinario, pero sí ofreció argumentos lo suficientemente sólido como para que el club toscano reclamase más de un millón de euros para dejarlo marchar al Betis. Hoy, con 36 años, se siente en plenitud, tiene mando en su casa y disfruta con el papel que le ha reservado Quique Setién. Ha participado en todas las jornadas y lleva tres goles y una asistencia.

Hace menos fintas y no es lo mismo al sprint, pero Joaquín encaja de maravilla con Setién. Ahora es la tenacidad y la pausa. Le sobra fútbol. Tiene el talento, el conocimiento del juego, el control del ritmo y el genio. Con eso le sobra para no ser líder decorativo. Ejerce de capitán sobre el césped. Hasta la fecha ha jugado siempre, por izquierda o derecha. Conecta, centra, desborda. Su sociedad con Fabián, Guardado o Sergio León es una de las atracciones en este inicio de LaLiga. Joaquín está esplendido, en su tercera juventud. Disfruta y se nota. En junio termina contrato, pero ha comenzado firmando los mejores números de su carrera. La temporada pasada dejó tres goles y cuatro asistencias; hace dos, una diana y cinco pases de gol.