El Valencia CF de Marcelino se resuelve como un equipo incontenible, un bloque capaz de competir en el sentido más alto de la palabra ante cualquier rival y cualquier circunstancia. Sus registros esta temporada ya pulverizan marcas históricas. Solo una vez, en el 1948, el Valencia había logrado un arranque tan fulgurante en las nueve primeras jornadas de Liga.

Una apisonadora -todavía invicta- que resiste y golea a rivales de primera magnitud, mantiene de forma casi rutinaria la portería a cero y que vuelve a conectar con Mestalla, que late con una ilusión renovada y redobla sus expectativas a cada domingo. Ante el Sevilla, equipo y afición escenificaron una comunión capaz de impulsar a los jugadores ante cualquier desafíoSevilla. El Valencia revolcó a los de Berizzo, que volvieron a casa con el rabo entre las piernas después de una goleada de las que hacen mella en un vestuario.

Dos zarpazos de Guedes en apenas minuto y medio hicieron presagiar rápidamente a Mestalla el estado de voracidad con el que llegaba el portugués. También Soler, que tampoco entiende de tanteos, y que estuvo a punto de sorprender a Rico con un centro que fue envenenándose y que salió desviado por cuestión de milímetros. Si alguien se durmió a la hora de tomar asiento probablemente se perdió los dos primeros arreones. Este equipo lleva dos años de retraso, no hay tiempo que perder. Los que llegaron a tiempo, en efecto, comprobaron ante sí la altísima influencia de estos dos protagonistas, que volvieron a combinar en una acción por la derecha y a punto estuvieron de estrenar el marcador. Otra cosa no, pero la afición estaba sobre aviso.

A Kondogbia, en contraste, le costó un poco más entrar en la contienda. Un par de imprecisiones en campo propio -puro exotismo- provocaron que el Sevilla se diera el gusto de volver a pisar el área rival después de sufrir un auténtico baño en Moscú. Algo anecdótico, eso sí, porque este Valencia de Marcelino te desabotona la camisa por las bravas. El conjunto de Mestalla tiene una facilidad asombrosa para quemar líneas de presión a toda velocidad y en la medida en la que supera la línea de tres cuartos se vuelve un equipo impredecible: multiplica las conexiones a la velocidad de un rayo, mezcla creatividad con vértigo y encuentra en cada maniobra un argumento para el éxito. En ese ecosistema el gran agitador se llama Carlos Soler. O Guedes. O los dos. O Zaza, Rodrigo o quien ande por ahí.

El Valencia ha refinado sus variantes ofensivas: mete una marcha más y hace temblar los cimientos del rival en el instante en el que pisa área. A un Sevilla corrosivo, que envidó a la capacidad de intimidación -Guedes sufrió tres golpes fortísimos y el último provocó la entrada de las asistencias médicas-, pronto se le acabaría el pegamento. Lo intentó Gayà, con una internada que a punto estuvo de conectar con Zaza, y después una brillante jugada de Soler, descosiendo a Escudero como si fuera un alevín, hizo que Mestalla se relamiera.

También percutía Montoya, lanzado por Soler -quién si no-, y a falta de tres minutos para el descanso sucedió lo que todo el mundo anticipaba; lo que quizá no imaginaban es que sucedería en términos tan explosivos. Guedes lanzó la carrera, como queriendo exhibir en directo lo que Mestalla solo pudo ver por la televisión en el partido ante el Betis, y a partir de ahí se dispararon los decibelios. Exhibición de potencia, Kjaer y Lenglet al suelo y misil a la escuadra. El estadio coreaba el nombre el portugués, que redondeaba la coreografía con saludo militar.

El valencianismo tiene nuevo ídolo y se llama Guedes. Tres goles y cinco asistencias lo señalan como el jugador más peligroso del equipo. Nada más regresar del descanso Zaza sentenció el partido. El italiano recibió un balón, frenó ante Kjaer -vaya noche-, y arrancó dejándoselo atrás con violencia antes de cruzar el disparo donde a Rico solo le quedaba contemplar cómo entraba al fondo de su portería. El Sevilla, sin embargo, no claudicaría. Muriel puso a prueba a Paulista y Neto acudió puntualmente a su cita con esa intervención clave de cada noche. Rico frustró a Rodrigo en su intento de prolongar su racha goleadora -seis tantos en los últimos seis partidos- y un Mina hiperactivo hizo el tercero anticipándose al central con la puntera. Guedes puso el cuarto en una noche en la que la grada acabó rescató aquello de "esta és l’afició d'un Valencia campeó".