De "si no fuera por su madre un día saldría a la calle en pijama" a "¿tú crees que con esa pinta se puede ser futbolista?". La socarronería con la que Vicente Castro Romero analizaba a su nieto mientras lo veía venir desde el otro lado de la valla de la Ciudad Deportiva de Paterna no tenía desperdicio. Lo hacía con cariño y la escena se repetía cada mañana cuando Rober Ibáñez, una vez finalizado el entrenamiento, dejaba atrás las instalaciones para ir a buscarlo al parking y poner rumbo a su casa, en pleno barrio de Sant Bult.

Como su nieto -actualmente jugador del Getafe cedido en Osasuna- no tenía permiso de conducir, lo llevaba y lo traía a diario a la ciudad deportiva del Valencia CF pero lejos de participar del tráfico de jugadores, periodistas y agentes que cruza la entrada cada mañana, prefería esperar en su vehículo con un libro entre manos. Vicente era un hombre tranquilo, discreto y cabal. Leía hasta que acabara el entrenamiento o le sonara el teléfono móvil: "Iaio, no te preocupes, me voy con Gayà". Pese a sus esfuerzos por permanecer en segundo plano se ganó el cariño de un buen número de jugadores... Se hacía de querer.

El canterano quemó etapas desde los 6 años hasta el primer equipo y durante ese trayecto permaneció siempre a su lado. Hizo de chófer, de confesor, de apoyo en los momentos más difíciles... Cuando regresó de su grave lesión de rodilla lo hizo a lo gande, marcándole gol al Zaragoza en la Copa. Rober buscó una de las cámaras de televisión de Mestalla y le hizo un gesto. Había estado ingresado en el hospital pero eso no le impidió disfrutar como el que más. Ese gol, con todo lo que representaba, era para el iaio. Poco después volvía a casa pero en enero falleció de forma inesperada a los 77 años. El revés fue durísimo para Rober y el resto de sus nietos.

"Ha sido una persona muy importante para mí, ha sido quien se ha matado por llevarme a entrenar, siempre me ha ayudado y ha estado a mi lado. Mi carrera, desde el fútbol base, ha implicado siempre un gran sacrificio por su parte? Bueno, sacrificio tampoco porque él disfrutaba llevándome, viéndome y hablando con la gente. Ese gol fue para él y a partir de ahora todos mis éxitos también", decía a SUPER después. El extremo, que intenta lanzar a Osasuna hacia los puestos de promoción por el ascenso, volvió a ver portería ante el Nàstic. Cerró los ojos y señaló al cielo, como ya hizo semanas antes contra el Barça B. Contra el Oviedo provocó un penalti que encendió la remontada. Todos sus goles son para el iaio, cuyo recuerdo se ha convertido en el principal motor de su reivindicación por triunfar en la élite. Hace unos días Rober pasó por las manos de Vicente Cremades, un especialista, y se tatuó su rostro -hiperrealista- en la pierna. El iaio le acompañará siempre, vaya donde vaya.