En el equilibrio y en la mezcla de cualidades está el éxito. Marcelino lo tiene claro: cuantos más recursos en plantilla, mejor. Los técnicos son conscientes de que LaLiga fija un contexto, pero la Champions levanta un marco de exigencia distinto, a todos los niveles. El fútbol español es primera línea mundial en base técnica y preparación táctica, pero el efecto en las últimas temporadas es que hay otros campeonatos que han tomado la delantera alimentando su potencia física. Desde esa perspectiva ganan partidos y marcan la diferencia por altura, por despliegue y por velocidad. La Liga de Campeones vuela a otro ritmo. Consciente de mandato, Marcelino trabaja para impulsar un salto en la parcela. La premisa se nota en la silueta de casi toda la plantilla, pero todo tiene unos límites. Para acelerar la fuerza, el mercado es fundamental. Es cuestión de naturaleza. El mejor ejemplo es el impacto de Geoffrey Kondogbia o Gonçalo Guedes durante la temporada pasada. No se trata de sumar kilos o metros sin más, sino de ajustarlos a un modelo de juego. La apuesta por Racic o Mouctar está relacionado con el objetivo. Lo mismo que Daniel Wass, una docena centímetros menos de altura, pero con kilómetros y velocidad. El serbio y el francés han levantado el techo del Valencia CF.

Los movimientos en el lateral derecho subrayan la línea. Se busca un futbolista joven, capaz en el juego aéreo, intenso en defensa y con potencia en la zancada para llegar, para recorrer toda la banda. Los nombres de Diogo Dalot, Hans Hateboer o Cristiano Piccini responden a ese perfil. La intención es intimidar desde el talento y la pizarra, pero también desde la fibra y el músculo. El Mundial está marcando tendencia. El fútbol de transciones ha levantado su gobierno. Equipos cerrados, presión inteligente y combinaciones rápidas en ataque, recuperación y contragolpe. El volumen de posesión no es sinónimo de dominio. La clave está en la movilidad, en cerrar-atacar los espacios, en la profundidad y el vértigo. Para Marcelino no es una revolución, su modelo de juego -con matices en la estructura o la intención- representa esa misma doctrina. El biotipo perfecto pasa por conjuntar o compaginar un Parejo con un Kondogbia. El entrenador asturiano y su equipo están trabajando de la mano para evolucionar y conquistar ese salto. Su ideal está en progreso: hormigas en el trabajo dirario, avispas sobre el terreno de juego.

Uno de los equipos que mejor ha agitado la coctelera durante los últimos años es el Liverpool de Jürgen Klopp. El entrenador alemán ya cosecho grandes éxitos con el Borussia Dortmund. Puede que la historia en la final de la Champions hubiera sido distinta con otro portero. Cuando los Reds consigueron mejorar su calidad defensiva (clave el fichaje del central Virgil van Dijk, 193 centímetros), su agresividad para morder en la medular y su capaciadad para explotar la velocidad de Mané, Firmino y Salah terminó por volverse inconteible para Oporto, Manchester City o Roma. Toda esa energía también es capaz de producir una alta dosis de emoción. Marcelino admira a Klopp y tiene muy presente la eliminatoria que les enfrentó hace tres temporadas en las semifinales de la Europa League. El Villarreal eliminó a Napoli, Bayer Leverkusen y Sparta de Praga, pero chocó contra su Liverpool en la semifinal. Después de ganar 1-0 en -entonces- El Madrigal, los groguets no resistieron en Anfield (3-0).

El peso del balón parado

Las fuerzas se pueden igualar de muchas formas. El talento diferencial cuesta fortunas, pero donde no llega la técnica y la creatividad, está el orden defensivo, el pressing y el balón parado. Un gran lanzador -como Parejo o Wass- junto a futbolistas capaces de dominar el juego aéreo -Garay, Kondogbia, Diakhaby (siete goles en dos temporadas)- puede ayudar a marcar la diferencia. Para eso también sirven los centímetros, para intimidar en área propia y en área contraria.