Rodrigo ofreció síntomas de rehabilitación ante el Eibar. El delantero, en plena lucha consigo mismo para tratar de elevarse por encima del peso que marca su auto exigencia, salió al césped de Ipurua con una soltura que lo distinguió desde bien temprano como el gran protagonista en la mayoría de las jugadas más peligrosas del equipo. Determinado, explosivo, asociativo y matador. Lanzó al Valencia CF contra la portería de Riesgo desde la zona intermedia -oficiando como segundo punta-, comandó distintas acciones de contragolpe a base de velocidad y desborde -dejó mano a mano a Santi Mina con el portero rival- y pasada la media hora de juego culminó al segundo palo una buena construcción colectiva con papel estelar de Parejo y Wass para marcar su segundo gol en lo que va de temporada casi cuatro meses y 21 partidos después del primero, contra el Atlético en Mestalla. «De lo personal no hablo», respondió cortando al periodista de BeIn Sports en la flash interview. Cuando no le salen las cosas no lo pasa bien y esa es una realidad que se confirma viendo su manera de celebrar el tanto. Descargó un grito de rabia, cogió el balón y disparó con violencia al cielo de Eibar. Su rendimiento, pese a que durante un tramo del partido combinó aciertos y errores en la toma de decisiones, es una de las mejores noticias en un partido en el que más allá del VAR el Valencia CF supo cómo jugar, especialmente en la primera mitad.

Acertó Marcelino con el guion y el equipo lo ejecutó con eficacia a partir de la salida rápida para batir la primera línea de presión. Así desarbolaba por momentos el Valencia CF al Eibar de Mendilibar, un equipo atrevido, de juego directo y laterales posicionados casi como extremos para generar centros al área y segundas jugadas, pero con centrales cuya principal virtud no es precisamente la velocidad en campo abierto. El Valencia CF no poseyó la pelota más que lo justo y necesario. Quería vuelo. Con la calidad de Soler y Parejo y la velocidad de Cheryshev y Rodrigo, más el trabajo de Mina, el equipo supo cómo hacer daño a partir del ataque rápido en el primer tiempo, donde generó varias ocasiones -«¡más juntos, joder!», vociferaba Mendilibar- y pudo incluso sentenciar. No lo hizo y tras el descanso, con la lesión de Coquelin -y Paulista, aunque en menor medida- varió el escenario. Si el Valencia CF carburaba a ese ritmo era gracias al equilibrio, con un bloque bien replegado y muy atento atrás, pero la marcha del galo -añadida a la sensación de alarma por si se trataba nuevamente del tendón de Aquiles- influyó directamente sobre el juego del equipo, que sufrió una pérdida de consistencia terrible. El Eibar creció en los duelos, llevó al Valencia CF a su versión más imprecisa, comenzó a generar, a abrir a la banda y a centrar. Así, en un envío lateral, llegó el penalti. Después, el Eibar pegó al larguero a balón parado. El partido se escapó.