El triunfo en la vuelta de la semifinal de Copa ante el Betis está plagado de detalles, de historias y de gestos que pasaron desapercibidos y que ajustan el tejido emocional de un Valencia CF que, once años después, volverá a disputar una final el próximo 25 de mayo. Transcurridas las primeras horas, SUPER intenta ir más allá del balcón para rescatar casi todo lo que sucedió bajo el éxtasis y el torrente de adrenalina que desencadenó el gol de Rodrigo a pase de Gameiro. Tanto tiempo después, merece la pena recrearse. Al terminar el encuentro, una vez rebajada la euforia, comenzó a correr entre los jugadores el rumor de que Rodrigo se había retirado del terreno de juego lesionado. El cambio -minuto 68'- encendió las alarmas. El delantero y Marcelino lo acordaron sobre la marcha.

Instantes después del 1-0, resultado que obligaba al Betis a marcar dos goles, ambos se encontraron en la banda y el técnico dio luz verde a la propuesta del delantero, consciente de que estaba apercibido de sanción y cualquier lance desafortunado podía dejarle sin disputar la final en el Benito Villamarín. «¿Pero Rodrigo no está lesionado, no?», le preguntaba un futbolista a otro en tono de preocupación. «No, le duele el pie, pero creo que no», respondía. La importancia del hispano-brasileño en este Valencia CF es capital. Es el eje del ataque y sus compañeros lo saben. El mejor Rodrigo, interpretan, es un salto para el equipo y una lesión supondría un contratiempo sensible.

El vestuario se siente muy fuerte, una realidad sobre la que Marcelino fundamentó sus palabras en sala de prens: «Anímicamente estamos en el mejor momento de la temporada». Los jugadores lo pusieron en el foco. Jaume y Guedes fueron los que lo sacaron a la primera línea del balcón, ofreciéndolo a la afición. Y entonces acabó empapado. El portugués tenía preparado un quinto de cerveza y Parejo un benjamín, ambos descorcharon contra el asturiano. «Este hombre se lo merece», reflexionaban en privado. El balcón no solo escenificó la unión entre la plantilla y el técnico sino también la comunión del equipo con la afición. El valencianismo exige pero te lo da todo. Y eso lo sabe Parejo mejor que nadie.

La cerveza, Tamara y los asturianos

El capitán, constantemente bajo sospecha, se sabe reforzado, por rendimiento y liderazgo, al punto que salió al balcón con una cerveza en la mano. Sin ningún complejo, con la conciencia tranquila. El equipo se desmelenó, sacó todo lo que llevaba dentro. Y también la afición, que llegó a cantar «que bote Tamara» a la influencer y mujer de Ezequiel Garay, que se sumó a la fiesta. Los protagonistas en la noche del jueves, en cualquier caso, no eran otros que los jugadores y el cuerpo técnico. Y el pase a la final se vivió con locura. Sergio y Bruno, hijos de Marcelino y Rubén Uría y miembros del staff, lo festejaron de forma especial. Para el clan de los asturianos ayer se rompió una especie de maldición. Prueba de que era una ocasión extraordinaria es que hasta el estadio peregrinaron un buen puñado de amigos y familiares desde el norte.

Anil, Mateu, las tracas y Waldo

Quien no quiso acaparar protagonismo fue Anil Murthy. El presidente se quedó en un segundo plano en el balcón. Antes bajó al vestuario y allí bromeó con Marcelino sobre la final antes de marcharse de vacaciones, se interesó por el estado de Gayà -jugó con la nariz rota y sin máscara, asumiendo que si le pegaban le iban a hacer daño igualmente- y felicitó uno por uno a los jugadores, que entonaron como los aficionados el cántico estrella de la noche: «Illa, illa, illa, nos vamos a Sevilla». Mateu Alemany también pasó desapercibido, al igual que Otxotorena. El caso del preparador de porteros fue especialmente llamativo, ni siquiera salió al balcón, se quedó detrás de la nube de periodistas y cámaras contemplando desde la distancia las celebraciones. Desde allí vio cómo Parejo sacaba una camiseta con el nombre de Waldo Machado a la espalda en honor al mítico cañonero de los sesenta, segundo máximo goleador en la historia del club, que falleció el lunes a los 84 años. Detalle enorme.

Durante los festejos se dispararon varias tracas. Ahí la que lo pasó peor fue Raquel, la novia de Santi Mina. La gallega no debe estar acostumbrada al estruendo de los petardos pero clasificarse para una final con las Fallas a la vuelta de la esquina es lo que tiene. El que recordará también la noche del jueves es el hijo mayor de Parejo, Dani, que no perdió detalle. Disfrutó como nadie. Y es que el pequeño es valencianista como el que más. Apenas chapurrea los números -y en inglés- pero los nombres de los jugadores del Valencia CF se los sabe todos, de carrerilla. Como dijo su padre, un día alentará desde la Grada Joven.

Lato, el 'no cumpleaños' y la reivindicación

Especialmente sentido fue el abrazo de Marcelino a Parejo nada más finalizar el partido. El capitán rompió a llorar. También lo hizo con Lato. El lateral de la Pobla estaba destinado a ser protagonista en la Copa, si bien en la medida que el equipo avanzó rondas su participación fue menguando, al punto que no entró en la convocatoria. El asturiano, sin embargo, se aferró a él como si hubiera anotado el gol más decisivo. Quien tampoco participó fue Rubén Sobrino pero para él fue un día inolvidable.

Antes de marchar, de hecho, se fotografiaba junto a sus familiares sobre el césped: una imagen para enmarcar en su casa de Daimiel. Para Ferran la celebración fue doble. Y es que el de Foios cumple los años el 29 de febrero, solo puede celebrarlo cada cuatro años. Nunca un 'no cumpleaños' se festejó con tanta energía como sus 19. Jaume se coronó a lo grande. Demostró la solvencia, la personalidad y la capacidad que requiere un equipo como el Valencia CF en un momento de máxima exigencia. Allí estaban los suyos. Su novia Andrea, su madre María José, sus amigos Nassim, Salva, Rafa... Para todos ellos su reivindicación fue una batalla ganada por el «Guerrero eterno».

Los nervios y la fiesta posterior

El del jueves fue un partido para vivirlo pero también para sufrirlo. La tensión cundió en la grada y puede dar fe de ello Alex Navarro, director de comunicación del Valencia CF, que apenas vería un cuarto de hora de partido por culpa de los nervios. Se encerró en el túnel de vestuarios dando vueltas en círculo descontando minutos al reloj y cada vez que oía el rugido de Mestalla se asomaba al césped. Para los trabajadores del club esta final también es un éxito. El técnico retrasó este viernes la vuelta al trabajo en las instalaciones de Paterna hasta las 18:30 y es que el pase a la final se celebró como es debido. Los jugadores tenían una fiesta preparada tras el encuentro. La pregunta más repetida era: «¿Pasas por casa a cambiarte o te vas así?». Se lo han ganado. El 25 de mayo, a por el Barça.