Hacía mucho que ganarle un partido al Atlético de Madrid no había estado tan cerca, al menos allí, en su terreno, donde el Valencia CF llevaba cinco años sin rascar un solo punto. Jan Oblak, que quizá se había confiado en exceso en el lanzamiento de falta de Parejo que supuso el empate, sacó una mano providencial pocos minutos después para evitar el segundo del capitán y lo que hubiera sido la derrota del conjunto rojiblanco, que en ese momento jugaba con uno menos por la lesión fortuita de Joao Félix.

Todo pudo pasar, con una puesta en escena desconcertante por parte de Celades y un final de partido caótico en el que el conjunto valencianista pasó de jugar con uno más a hacerlo prácticamente con uno menos, por la roja a Kang In y los problemas físicos de Coquelin, que apenas estuvo ahí para molestar durante el tiempo de descuento con un vendaje en el muslo.

Un partido en el que el Valencia CF tuvo nubes y claros. Llegaba sin Rodrigo ni Guedes, hándicap importante ante un equipo disciplinado, que domina la transición defensiva y al que es complicado sorprender de otra manera que no sea con velocidad. Celades recuperó a Kondogbia para reforzar la medular junto a Coquelin, propuesta que no le había funcionado otras veces, y ubicó a Parejo en una posición muy adelantada, a veces incluso como segundo punta. Algo buscaría el entrenador con esa idea que, desde luego, no encontró. Empeñarse en que sean Kondogbia y Coquelin los que lleven el peso del juego no lleva a otra cosa que al fracaso. Ni se armó bien el equipo para defender, ni tuvo el control del juego ni desde luego llegada.

Además, ante la presión adelantada del Atlético, el empeño por sacar el balón jugado siempre desde atrás tenía su riesgo. Hacerlo con Parejo cuarenta metros más adelante lo complicaba todavía más. Al Valencia no le duraba nada la posesión y, aunque darle la pelota al Atlético no es algo especialmente preocupante, sí exige extremar la atención, ser muy intensos atrás y conceder poco.

Así, el Valencia CF entregó la primera mitad al rival, que perdonó porque sus delanteros, literalmente, no dan una. En defensa dio al equipo rojiblanco opciones más que suficientes, pero cuando no falla Diego Costa, falla Morata. Y así hasta que apareció esa mano donde nunca la debía poner Cheryshev para regalarles el penalti y el gol. Jugada que no vio el árbitro y que le apuntaron desde el VAR.

Esto parecía, una vez más, la historia de los Atlético-Valencia, esos en los que el conjunto de Simeone va a lo suyo, nunca te arrolla, pero te supera en detalles y al final siempre te acaba ganando. Pero no. Ya en el 53 el Valencia rozaba el empate en una buena combinación entre Parejo y Maxi, pero el regalo en forma de asistencia del uruguayo lo estrellaba en el larguero Cheryshev, perdonando lo que en este estadio, ni en otro, se puede perdonar.

Aunque la ocasión fue un poco una isla, el Valencia CF fue de menos a más a medida que el equipo volvía a sus cánones. Mejoró primero con la retirada de Thomas y dsobre todo la de Kondogbia por Gameiro. Incluso Simeone prescindía de uno de sus delanteros para afrontar los últimos veinte minutos, dejando sin participar a Correa, el hombre que había sentenciado al Valencia en el Metropolitano los dos últimos años.

Una falta sobre Carlos Soler la transformaba Parejo en el tanto del empate, un gol que desataba la locura en el banquillo y también en el terreno de juego. Porque el Atlético estaba en ese momento tocado y el Valencia CF, que llegaba más entero a esa recta final, quería más. Lo que pasa es que, entre lesiones y la expulsión de Kang In, otra vez veredicto del VAR, prácticamente ya no se jugó.