Poco le ha costado al Valencia CF dilapidar la victoria que lograba en Stamford Bridge el 17 de septiembre. El equipo, en la peor puesta en escena que se ha visto desde Celades, hizo hasta bueno el partido de referencia, el de hace un año frente al Young Boys en Suiza, por mucho que esta vez estuvo apenas a dos minutos de ganarlo sin haber hecho nada bueno más allá de la jugada que le dio el gol.

Como entonces, el empate le va a complicar bastante el objetivo de estar en octavos de final, mucho más después de la victoria del Chelsea en Amsterdam. Mientras el equipo de Frank Lampard se ha rehecho de aquel accidente como un equipo grande, le ha dado la vuelta a su desgracia con dos victorias y ahora mismo es favorito, el Valencia CF ofrecía en el Pierre Mauroy un fútbol impropio de esta competición. Ni fútbol ni ambición. Solo le queda dar las gracias al rival por haberle perdonado casi todo y por un punto que ni siquiera merece. Y, desde luego, reaccionar. Este equipo sabe jugar a algo más cuando su entrenador aplica la lógica y, ya que el sistema no importa, pone lo que funciona. Tiempo hay.

Si la primera mitad del Metropolitano fue desconcertante, la de Lille supera con creces cualquier precedente. Es como si el objetivo fuera espesar la salsa, dormir el partido, confundir al rival. Debe ser una táctica para anestesiar al equipo contrario que, con todas sus limitaciones delante y atrás, busca ganar un partido por los cauces normales. O sea, haciendo lo que sabe y lo que mejor le funciona.

Por contra, el misterio de Celades con el trivote, los ponga como los ponga es lo que es, pasa ya de innegociable a fase indescifrable. No es que estuviera mal Parejo, por estar desubicado como pasó en Madrid, ni Kondogbia porque no está bien. En Francia la novedad es que estuvieron mal los tres, incapaces de dominar una zona ancha donde a ellos les bastaba con Soumaré.

La buena noticia es que, si el técnico necesitaba pruebas para desistir de su empeño, quizá después de lo visto por fin las tenga. Bastaría echar un vistazo a las estadísticas, al recital de balones perdidos, al pobre desempeño ofensivo€ Si no llega a ser por ese gol de Ikoné en el 94, el Valencia habría acabado ganando el partido gracias al que lograba Cheryshev media hora antes, casi calcado al que le dio también la victoria en el nuevo San Mamés.

Lo habría conseguido con la jugada en que el equipo hizo todo lo contrario a lo que hasta entonces había propuesto, es decir, saliendo con velocidad, abriendo Maxi Gómez hacia la banda al primer toque, con la carrera en profundidad de Gameiro y la asistencia perfecta hacia el punto por donde entraba el ruso para batir al portero del Lille. Fue en un momento en que el Valencia respiraba un poco más con la salida de Carlos Soler por Kondogbia, y que duró lo que duró. Nada.

En condiciones normales, ponerse 0-1 habría sido determinante. Así, sirvió para meterse más atrás todavía a mal defender la ventaja. Poco ayudó, para colmo, Diakhaby, que en tres minutos se ganaba dos amarillas y dejaba al equipo con diez cuando todavía quedaban minutos para sufrir. Cuando parecía que la torpeza de los atacantes franceses no tenía límite y que Paulista, el mejor, las sacaría todas, Ikoné, uno de los cambios que había introducido su entrenador, acertaba con la portería y le restaba al Valencia CF dos puntos del preciado botín. El que estuvo a punto de llevarse en uno de los peores partidos que se recuerdan. A este paso, la adiós a la Champions.