Todos los focos apuntando a Rodrigo y el escenario estaba reservado para Maxi. El Valencia, que pese al lavado de cara en Copa continuaba bajo sospecha, encontró las certezas que le faltaban de la mano del charrúa, que ya venía de marcar en Las Gaunas: allí de cabeza, este sábado los dos con el pie. En un partido de mucho oficio en el equipo de Celades y de nulo fútbol en el de Setién, la actuación de Maxi resultó portentosa. Con unos números de escándalo, entre ellos los que lo acreditan de cara a la portería rival, las señales que emite son inmejorables. Marcó dos, estuvo en todas las acciones de peligro y sobre el tablero fue la pieza maestra para la victoria. Su contribución, hasta que se salió con molestias, fue tremenda. Encima, pese a fallar un penalti, en el día perfecto para que se consagrara. Partidazo redondo, que falta hacía, en un duelo sin éxitos locales desde 2008. El resultado, inapelable doce años después, incluso se quedó corto.

El Valencia fue letal en las áreas ante un Barça que, a punto de ceder el liderato, se movió a cámara lenta y de forma insustancial. Resulta paradójico que una de las mejores versiones del equipo de Celades, cuyo compromiso en estos envites de envergadura no se discute, llegara sin los dos futbolistas que más condicionan su estilo: Parejo y un Rodrigo que, a la espera del sainete de su traspaso, entró a la hora y pasó de largo. Para el técnico, realmente cómodo en el papel de hacer de la necesidad virtud, la ausencia de sus dos referencias fue la coartada perfecta para hacer lo que más convenía. Con un centro del campo de zapa, la balanza empezó a decantarse en la guerra de medios. Recogiditos atrás, puro veneno arriba.

La mejoría ante un Segunda B no había sido gran cosa, así que con las sensaciones negativas todavía en la mochila, al Valencia se le exigía que compitiese, no tanto que rompiese a jugar. Lo primero era cambiar de una vez la dinámica. Objetivo cumplido. El equipo, que no perdió el control emocional después de la parada de Ter Stegen en el penalti, saltó al césped yendo a lo suyo y se mostró diligente en la lectura de los momentos. Consciente del atasco que había por dentro, con Gayá y Ferran encontró la fórmula para hacer daño por los costados. Atrás, con Gabriel Paulista y Garay, no concedió ni media. Errores, ni uno.

El balón para el Barça, qué menos. Y el Valencia a soltar latigazos. El plan perfecto. La primera oportunidad no se hizo esperar. Lástima que, pudiendo cambiar el guión, se quedara en nada. Penalti desaprovechado. Y algo peor: en la primera de las muchas y malas decisiones de Gil Manzano, lo que podría haber sido una roja para Piqué no pasó de amarilla. El Barcelona era un sucedáneo de lo que le gustaría, pero los minutos pasaban y el gol no llegaba.

Para entonces Maxi Gómez ya estaba caliente. No faltaba a ninguna jugada clave: el penalti, un misil repelido por el larguero que dobló las manoplas de Ter Stegen y hasta la falta de Umtiti con la que Gil Manzano, por mucho que reconociera su precipitación, puso a Mestalla de uñas por tragarse la ley de la ventaja. El contraataque no nato de Ferran presagiaba una situación cristalina. A nadie le habría sorprendido, con esas avalanchas, llegar al descanso con el Valencia ganando de dos o tres. Estaba escrito que el gol tenía que llegar. Para ser exactos, que lo marcaría Maxi. Así fue. Lo que en origen había sido una errática decisión en el área se convirtió en una prolongación para Gayá. Su disparo, que se marchaba fuera, acabó dentro tras impactar en Jordi Alba.

Quique Setién, después de años pregonando que se habría cortado el meñique por estar a las órdenes de Cruyff, le ha sacado partido a su pose. Pero ahora que se ha hecho con el cargo le queda grande. Sus primeros partidos distan de la tierra prometida. Lo único que tiene con él el Barça es el balón, que le llega a salir por las orejas. Todo lo demás le falta: sincronización, basculaciones, velocidad, verticalidad, equilibrio, profundidad... El Barça se ha instalado, por obra y gracia de Bartomeu, en una transición no forzada. Ni Messi salió al rescate. Las mejores ocasiones se las regaló el Valencia. Jaume dudó en la salida y le pasó una bomba de relojería a Soler pero, con el equipo a contrapie, nadie dio zarpazo. Posesión toda, disparos ninguno. Messi se impacientaba y, sin un Suárez al que dirigir su mirada, alrededor no aparecía nadie. Para eso quieren a Rodrigo.

El partido, pese a la parsimonia del Barça, siguió tan vertiginoso en las transiciones como había arrancado. Y es que lo del inicio, cuando Piqué se armó el lío, fue una constante cada vez que el Valencia pisaba el área. Siempre con la misma soltura que en esa jugada en la que Soler, de primeras, habilitó a Gayá, que se sintió como pez en el agua tirando un quiebro. Lástima que Maxi, cogiendo la responsabilidad en ausencia de Parejo, no atinara. Demasiado rato esperando mientras el VAR revisaba la jugada por si era roja. Ter Stegen, bailando en la línea, le comió la tostada al adivinarle el lado. Un golpe pese al que el Valencia no perdió la compostura. Enseguida se puso en pie: Piqué, que no daba ni una, rozó el gol en propia.

Setién, cuya propuesta no deja de ser sota, caballo y rey, congestionó los pasilllos interiores y ante esa realidad, mientras coleccionaba pases en zona de nadie, el Valencia tiró por el atajo de los costados. Bastaba con no cometer fallos y mantener alta la concentración. Y que Gil Manzano, con la matrícula cogida, dejara hacer. El árbitro volvió a equivocarse y lo reconoció en el acto. Ferran enfilaba portería pero lo frenó en seco. La carrera se diluyó con la tarjeta a Umtiti, sacrificado al tumbar, cómo no, al volcánico Maxi. El Valencia seguía teniendo las ideas muy claras. El Barça se mantenía cabizbajo y la música de viento en el estadio contra el trencilla era señal inequívoca de que la victoria estaba a tiro.

La propuesta funcionaba. Celades volvió a tirar de lógica y, sin Parejo, apostó por la brega de Coquelin y Kondogbia, una pareja siempre bajo sospecha que funcionó como nunca. Una impresión extrapolable a los delanteros: el estreno de Maxi y Gameiro en Palma no podía haber sido peor, pero el charrúa fue dinamita mientras que el francés, aunque en segundo plano, salía siempre en la foto. Con Rodrigo en la reserva, la duda había estado en quién haría su papel. Podría haber sido Kang In, pero el técnico lo vio demasiado tierno. Igual que a Soler para ponerlo por dentro. La cuestión es que el Barça, vulnerable, se partía y ofrecía líneas de pase por fuera. Por ahí había que percutir.

Necesitado de colmillo, Setién salíó del descanso con un azote inesperado de Ansu Fati. Simple fogueo. La realidad le golpeó en la cara al obligarle, antes de la hora, a dejarse de florituras: fuera Arthur, dentro Vidal. El chileno afiló a su equipo, que enganchó dos ocasiones seguidas. Pero el Barça, que ganó metros, siguió sin claridad. Quien tenía realmente la pegada era Maxi. Hasta Gabriel se sumó a la fiesta con el tercero, anulado por una discutible falta. Gil Manzano se coronaba. Pero al Valencia no lo paraba nadie. Aún menos el Barça, plantado en el césped y ya se verá si en los despachos.

Ficha técnica:

2. Valencia: Doménech, Wass, Garay, Paulista, Gayà; Coquelin, Kondogbia, Carlos Soler (Sobrino, m.89), Ferrán; Gameiro (Rodrigo, m.59) y Maxi Gómez (Jaume Costa, m.80).

0. Barcelona: Ter Stegen, Sergi Roberto, Piqué, Umtiti, Jordi Alba; Arthur (Arturo Vidal, m.56), Busquets, De Jong (Rakitic, m.85); Ansu Fati (Collado, m.85), Messi y Griezmann.

Goles: 1-0, m.47: Maxi Gómez. 2-0, m.77: Maxi Gómez.

Árbitro: Gil Manzano (C. Extremeño). Amonestó por el Valencia a Coquelin, y por el Barcelona a Piqué, Umtiti y Busquets.

Incidencias: Partido correspondiente a la jornada 21 de LaLiga santander disputado en Mestalla ante 40.000 espectadores.