Los partidos a puerta vacía en Mestalla y en el resto de estadios de LaLiga permiten escuchar a los jugadores. A los futbolistas que hablan en el campo. Porque no todos lo hacen. Si una voz del Valencia retumbó en las gradas vacías del viejo coliseum fue la de Jaume Domènech. El ‘gat’ no paró de dar órdenes, animar, aplaudir, corregir posiciones y motivar a sus jugadores desde la portería en un comportamiento de auténtico líder. Por fin se escuchaba al portero en la soledad de Mestalla. Contra el Athletic de Bilbao y el Levante no pasó. La actitud de Jaume contrastaba y mucho con el silencio de los últimos partidos de Jasper Cillessen. Para unos jugó mejor, para otros peor, pero el de Almenara demostró que es más que un portero y que, a veces cuando el fútbol y las piernas fallas, es necesario el empuje y el aliento de un capitán. No fue su mejor partido. Alternó buenas paradas con algunos errores propios de su inactividad, pero mandó en el campo como nadie. A gritos. Desde la portería. Asumiendo el rol de líder de la defensa y del equipo. Jerarquía y ascendencia. Acabó con el brazalete de capitán por la sustitución de Dani Parejo, pero ejerció como tal desde mucho antes. Desde el primer minuto. Se llama «el incalculable valor de tener a Jaume en la plantilla» del que siempre habló Marcelino García Toral.

Voro sentó a Jasper Cillessen a pesar de sus buenas actuaciones y devolvió la titularidad a Jaume. No era una decisión basada en el rendimiento deportivo del holandés. Fue cuestión de rotaciones y algo más. El técnico buscaba frescura al equipo y al mismo tiempo un plus de romper la dinámica negativa del equipo. Pocos más que Jaume tiene la capacidad de arrastrar emocionalmente a sus compañeros. Su actitud es contagiosa. Así se demostró desde el minuto uno del partido. Reforzaba a los jugadores desde atrás e cada una de las acciones. «Bien, Gabi bien», «Ale, (Florenzi, muy buena». Daba ánimos al equipo. «Vamos chavales, que estamos bien». Pedía un extra. «Un poquito más». Avisaba a sus compañeros de situaciones de riesgo. «Solo Kondo, solo». No se arrugaba con Parejo después de una pérdida. «¡Daaaani!». Se cabreaba después de un error. «Hay que salir, hostia». Dirigía la circulación de balón. «Otra vez con Gabi». Colocaba la barrera. «Delante Kevin, delante». Hasta llamó a Carlos Soler, a 30 metros del área, para aplaudirle por una jugada en un intento de reforzarlo.

Todavía más importante para el equipo fue en la segunda parte. Tras el descansó salió dando órdenes y hablando con Kondogbia. Involucrando a todos. «Diaka, Diaka», alentaba a Mouctar tras el gol. Lejos de venirse abajo por el empate, la voz de Jaume todavía se escuchó más en el tramo final del partido. Cuando peor pintaba. «Acabamos jugada», pedía. «Vale, vamos, vamos chavales vamos», gritaba con un ojo en el marcador. Hasta dirigía la presión al otro lado del campo. «Va Maxi, va Gameiro, a robar». Sus ánimos por levantar al equipo eran continuos. «Arriba gente». En la última pausa de hidratación habló con 7 jugadores y en uno de sus saques previos al gol retumbó un «Vale, hostia». Y así se llegó al gol. Jaume cerró los puños y se fue al banquillo a celebrarlo con Voro y el resto de compañeros. Pidió cabeza. Quería volver ganando y lo consiguió. Al final del partido Coquelin fue a abrazarlo. Voro saltó al césped para chocar la mano y felicitar a todos sus jugadores por el esfuerzo al final del partido. Con Jaume fue diferente. Los dos se fundieron en un abrazo. Jaume le había dado al equipo todo lo que quería Voro.