El Valencia estuvo muy lejos tanto de lo que se le supone como de lo que puede dar con lo que ahora mismo tiene. Los de Javi Gracia, nunca llegaron a un partido en el que volvieron a demostrar que hoy por hoy su identidad tiene que ver más con la voluntad que con el estilo y la personalidad. Incapaz ante un recién ascendido de demostrarse superior, sin fútbol ni pulso, el equipo se agarró al afortunado gol de Wass para sortear la derrota. Así de pobre fue su bagaje. Una acción aislada producto de una jugada ordinaria: falta en el carril izquierdo sobre Guedes y centro a pierna cambiada que nadie encuentra ni pellizca hasta que aparece en el fondo de la portería.

El partido, sin excesos, lo manejó el Huesca en todas sus facetas. La lectura más indulgente fue que a la espera de tiempos mejores al menos se rascó un punto. Las demás, todas negativas, estuvieron relacionadas con lo que se vio en el campo: un equipo que no va, una propuesta paupérrima, profundidad nula y señales de distinción invisibles, inclusive en el acoso o la presión. En ataque, con Maxi desasistido, absolutamente chato. En el centro del campo, discretísimo. En la defensa, siempre al filo de la navaja. Todo muy pobre para los futbolistas que por uno y otro bando pisaban el césped.

Ya desde el arranque se vio a un Valencia en pena frente a un Huesca que jugaba mejor, se organizaba con más sensatez y, como había hecho en La Cerámica, provocaba un goteo de aproximaciones. Buena parte de ellas vinieron por la pradera por la que cabalgaba un viejo llanero como Pedro López. Hay detalles que hablan de los equipos bien plantados y el de Míchel los reunió casi todos. Le faltó, como le ocurre a los de este perfil, un último impulso, un extra de velocidad, un toque de calidad, una dosis de veneno. En todo lo demás salió airoso.

De buenas a primeras, la ausencia en el once titular de Kang In, sustituido al descanso en Vigo tras el rifirrafe con Gayà, dio pie a las conjeturas. Sobre todo desde la óptica de que Guedes, mucho más estéril en comparación y de nuevo en tono gris, corrió mejor suerte. Por lo demás, en semana de lesiones y rotaciones había explicaciones más o menos para casi todo. Jugó Jason antes que Yunus, atacado por las expectativas del día después. Como no había otro, le llegó la oportunidad a Guillamón, aunque con tanques como Rafa Mir no fue el mejor día. Dos errores de bulto en su fuerte, la salida de balón, afearon al canterano, que para colmo tuvo a su lado a Diakhaby aún más menguado con un vendaje. De renovado a renovado, también desapareció Esquerdo en favor de Racic, cuyo músculo fue de lo poco potable que echarse a la boca a la hora de sellar fugas por el centro.

Por lo que había dicho en la previa, antes que vestirlo estaba claro que el reto del entrenador pasaba por hacerle una percha al equipo y que le sentase bien lo que le pusiese. Pero tres jornadas después se hizo evidente que continúa sin conseguirlo. Los números mantienen al equipo como uno de los que más remates conceden. El Huesca, protagonista de la mayoría de las ocasiones, le hizo la friolera de 17. En la otra portería, apenas cinco. Y es que los azulgranas, jugando con mucha cabeza, no se desplomaron con el gol ni sucumbieron ahí a la tentación facilona de la bandera blanca.

Como en la primera parte, el Huesca inclinó el campo en la segunda sobre el área de Jaume. El goteo empezó con un disparo seco de Seoane al que el portero contestó con la mezcla de aparatosidad y eficiencia que le caracteriza. Pero de ahí se pasó al chorreo de oportunidades. Tres intervenciones consecutivas después, una de ellas al borde de la línea, llegó el anunciado empate. Siovas se desembarazó de Kondogbia, con Diakhaby de espectador cabeceó en parábola un córner y Jaume, yendo a contrapie, cambió el acierto por una fallida palanca. Tras impactar en el poste, recogió el balón de dentro. En pleno sudor frío, Okazaki remató al larguero en lo que podría haber sido la remontada. La angustia se hizo patente en Mestalla.

La mayor suerte del Valencia hasta el momento había sido adelantarse en el marcador. Lo demás, un desastre. El equipo fue incapaz de consolidar cualquier señal de optimismo. En la primera pausa por hidratación, a la media hora, aun no había chutado a portería. Nadie se esperaba realmente un plan elaborado teniendo un centro del campo sin capacidad de asociación, pero sí al menos algo de dinamismo. Guillamón ayudó menos de lo esperado en la salida del balón y la propuesta resultó más simple que un cubo. Tan primario como el gol, la aportación más provechosa de un Guedes liviano en el juego pero con tendencia a las acciones definitivas. Estadísticamente contó como uno, pero en verdad no hubo ningún remate a propósito en el primer acto ni con peligro en todo el partido.

Con las cartas boca arriba y media hora por delante, a Javi Gracia se le echaron los cambios encima. En vistas de lo que estaba creciendo el Huesca, tardó una eternidad en mover el banquillo y lo pagó con el empate. A raíz del gol de Siovas, gastó las balas de Yunus y Gameiro en sustitución de Jason y Manu Vallejo, ambos transparentes. Pero los que entraron no mejoraron a los que se fueron. Yunus, energía en combustión el primer día, entró destemplado, mientras que Gameiro no atinó en la última. Así que más de lo mismo. La primera intervención de Andrés Fernández no llegó hasta allá por el minuto 75 ante un disparo lejano de Kondogbia. Para Kang In, que entró en el 84, no hubo carrete. El coreano soporta unas expectativas tan grandes que es difícil medirlo con objetividad, aún menos si juega tan poco.

Lo mejor del Valencia, un detalle nada baladí, vino de Racic. Su papel como abnegado pivote volvió a ser clave para sostener al equipo. Ante el control territorial del Huesca, su figura fue la de una grúa con alcance para casi todo. En sus mejores tramos actuó con claridad dentro de sus limitaciones, con un imán para recuperar el balón y escupirlo. Fue sintomático que se marchara acalambrado en el descuento. Con el partido de cara, Míchel se vino arriba y redobló su apuesta con Luisinho y Ontiveros. A Rafa Mir le llegó un satélite que no consiguió bajar a la tierra y Mosquera ensayó a distancia tras un error en la frontal por el que Guillamón tuvo que pedir disculpas. El Huesca, sin jugadores ni fichajes de otro mundo, mereció más porque en todo momento fue mucho mejor equipo.

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