El Valencia CF llora la pérdida de una de sus grandes leyendas. Juan Cruz Sol ha fallecido a los 73 años de edad por culpa de una enfermedad que le ha mantenido apartado de la vida pública durante los últimos meses. Futbolista, delegado, embajador, miembro del Consejo de Administración y por encima de todo valencianista. Loqui, como así llamaba a sus allegados, lo ha sido todo en la entidad de Mestalla. Pasará a la historia por ser uno de los mejores defensas de la década de los setenta, pero en el recuerdo de todos permanecerá imborrable su calidad humana. Bondad, honradez, nobleza, respeto, generosidad y un corazón que no le cabía en el pecho. Desprendía naturalidad y positividad. Transmitía alegría con su don de gentes. Regalaba sonrisas y consejos. Era una de esas personas que dejan huella y ayudan a comprender mejor el significado de la vida. Sol fue un gran jugador, pero todavía fue más grande como persona. No es un tópico. Ese es su gran legado. Lo dijo su amigo Ricardo Arias con la voz quebrada y rota de dolor: «Cualquier cosa que hagamos para honrar a Juan se quedará corta».

Demasiado pronto se ha marchado Juan. Hacía poco que era abuelo por primera vez y desbordaba felicidad con su mujer Paola, sus hijas y todo el mundo del fútbol que lo adoraba. Dejó una legión de amigos por todas partes. En los viajes, en los hoteles, en los estadios. Todo el mundo lo recordaba con cariño y le abrazaba con las mismas manos que Juan tendía a todos aquellos que lo necesitaban. Tenía tiempo para todo el mundo. "No tenía enemigos" recuerdan los suyos. No es casualidad que el fútbol español y europeo, empezando desde la RFEF o el Chelsea hasta el último de los clubes, se hayan unido al dolor del valencianismo mostrando sus más sentidas condolencias. Noble dentro y fuera del campo. Era un conversador. Hacía corrillo. Generaba empatía. Fue un canto a la vida. Como cada vez que se arrancaba por rancheras, óperas o boleros con su vozarrón de tenor. «¡O sole mío!» O Sol nuestro. Una de sus canciones preferidas. Hay muchos «fieras», «loquis», «chiquis» y «máquinas» repartidos por todo el planeta que nunca olvidarán su irrepetible y carismática figura. Como jamás lo hará Mestalla. La lona que rinde homenaje a Sol preside el viejo coliseo desde el domingo. Allí, encima de dos grandes mitos como Mario Alberto Kempes y Antonio Puchades, descansa su recuerdo. Centrado y eterno.

Nacido en Elgoibar (Guipuzcoa) en 1947, vasco de nacimiento, pero hijo adoptivo de Valencia desde que pisó la ciudad en plena adolescencia. Juan pudo ser pilotari como su padre o profesional del frontón, pero se decantó por el fútbol. Cayetano Menargues, el ojeador que el Valencia tenía en el País Vasco, lo descubrió jugando en el juvenil de su pueblo y el mito de los cuarenta Carlos Iturraspe, técnico enviado por el club, se encargó de ficharlo a cambio de 60.000 pesetas. Solo necesitaron un partido en Azpeitia para tomar la decisión. Aquel día Juan jugó de extremo y marcó cuatro goles. Con 16 años hacía las maletas camino a València. Rumbo a la que ya siempre sería su casa. Doña Concha, la persona que velaba por las jóvenes promesas del club, le abrió las puertas del número 73 de la calle Turia. Sabino Barinaga lo subió del juvenil al primer equipo con 17 años. Debutó contra el Sevilla en el Pizjuán de extremo, pero Mundo lo retrasó al lateral derecho en un movimiento maestro. Fue en esa posición donde explotó gracia a su fortaleza física y largo recorrido. Elegante y con carácter ganador. Fue uno de los primeros laterales que corría la banda de arriba a abajo. Un avanzado a su generación. En aquel carril empezó a escribir su leyenda en el club y en la selección española con el '2' a la espalda y 28 internacionalidades. Sol ganó la Copa del 67 contra el Athletic de Bilbao siendo todavía un 'niño'- llegó a tres finales más contra Madrid, Barcelona y Atlético- y conquistó el título de Liga de 1971 con Pep Claramunt como abanderado del equipo, Alfredo Di Stéfano en el banquillo y una defensa de campeonato formada por Jesús Martínez, Aníbal y Antón que solo encajó 19 goles en todo el torneo. Sus marcajes individuales a Gento -el madridista lo temía- y el azulgrana Rexarch lo posicionaron en la élite del fútbol español. No tenía techo.

El problema para el Valencia fue que Santiago Bernabéu se cruzó en la vida de Sol en 1975. Juan se marchó de cacería con un amigo a Almansa y a la hora de comer coincidió en el restaurante con el presidente blanco y su señora María. Bernabéu lo reconoció, le había echado el ojo y se despidió de Juan diciéndole que al año siguiente jugaría en el Madrid. Y así fue, previo pago de 30 millones de las antiguas pesetas en una de las primeras operaciones de Alberto Toldrá. Eran cifas récord en aquella época. El Valencia atravesaba serios problemas económicos y se vio obligado a elegir entre la venta de Pep Claramunt -lo quería fichar Miljan Miljanic- o de Sol. Juan fue finalmente el «sacrificado». Loqui lo pasó mal. Con el tiempo reconoció que en una de las visitas a la capital para hablar con el Madrid paró el coche y quiso dar la vuelta en Motilla de Palancar. La morriña le invadía.

En Madrid Juan Sol conquistó tres ligas hasta que una inoportuna lesión de rodilla derecha le obligó a pasar por el quirófano y poner fin a su etapa merengue. Ya nunca más sería el mismo. Juan regresó a Valencia con la carta de libertad bajo el brazo ganando la Recopa y la Supercopa de Europa en 1980, pero apenas tenía ya protagonismo en el equipo por culpa de las lesiones. Un año después en 1981 colgaba las botas con 309 partidos y 15 goles a su espalda y con algo todavía más importante: Mestalla le recibió con los brazos abiertos a pesar de marcharse al Madrid y le aplaudió a rabiar cuando saltó al césped en sustitución de Botubot. Ni un silbido. Al contrario. Juan tenía el respeto de una grada que entendió su marcha y lejos de odiarlo, lo idolatró todavía más. Como decía un buen amigo suyo «era un corazón con piernas» y esa nobleza caló en todos hasta el último de sus días.

Sol se mantuvo ligado al club con el paso de los años. Primero como delegado del Valencia de Rafa Benítez con aquella maldita alineación indebida de Novelda en la Copa que le obligó a presentar su dimisión. En 2006 firmó como ojeador del Chelsea en España de la mano de su amigo Frank Arnessen. Podía haberse llevado a Raúl Albiol, pero priorizó el ruego del Valencia a sus intereses empresariales en el club inglés. Así era Loqui. Lejos del verde, regentó restaurantes, fue representante de los relojes Breitling, pero el Valencia no podía permitirse el lujo de desaprovecharlo y Amadeo Salvo lo recuperó para el club en 2013 de manera inteligente. Regresó a casa como patrono de la Fundación, embajador y más tarde consejero ya con Meriton en la propiedad. Era un relaciones externas de cuna y representó al Valencia como pocos. Juan era feliz viendo felices a los suyos. Afable y querido. Dejó muchos 'hermanos'. Una casi alma gemela, Rainer Bonhof.

Hasta se ganó a Peter Lim por su entrañable manera de ser. El máximo accionista lo reconocía como una persona bondadosa y admirable. El club estuvo muy pendiente de Sol de forma discreta con visitas al hospital y llamadas constantes de teléfono coordinadas con su mujer y sus hijas. El gesto de la lona no se publicitó, pero se le quería hacer un homenaje en vida el domingo contra su otro equipo de su carrera, el Madrid. Juanito no pudo estar presente, pero allá donde esté siempre tendrá el reconocimiento y el cariño de la gente que le quiso. Su cuerpo descansa en el tanatorio. Su recuerdo, en el corazón de todos nosotros. Siempre será el Sol que mas brille. Descansa en paz. Como decía Dani Parejo, «Buen viaje, Loqui».