Lo que les voy a contar hoy no tiene casi nada de especial para muchos de ustedes pero yo les aseguro que sigo llorando como una magdalena cada vez que siento que ese encuentro que vivimos el pasado domingo de alguna manera resume también todo lo que he vivido y a lo que me he dedicado durante un montón de años. Ver sobre el césped de Mestalla a tantas leyendas me ha encogido el corazón de forma alucinante. Vale, sí, ya soy bastante adulto y les aseguro que he visto jugar en activo a la mayoría de futbolistas que se dieron cita en Mestalla. Fue alucinante. Mi corazón sonreía al ver cada gesto, al ver cada cara, y mi imaginación pegó un salto atrás insuperable y provocó que un río de lágrimas me invadieran de forma incontenible. Y no me lo quito de la cabeza. El acto del Centenario del Valencia CF resultó precioso, entrañable, cariñoso, trabajado y al fin y al cabo una fiesta para miles de valencianistas de nuevo cuño. Sí, yo he vivido en presente la mayoría de acciones que se dieron en Mestalla -por cierto, el coliseo es mágico, mi amor a Mestalla es enorme- y no dejo de pensar en el pasado y en valorar cómo va pasando el tiempo casi sin piedad.

Esos niños

Ahora bien, mientras pasa el tiempo, yo me lleno de nostalgia al ver a esos jugadores sobre el terreno de juego y de sentimiento al comprobar cómo el valencianista consigue heredar esta pasión a miles de chavales o niños pequeños que jamás han visto al Valencia CF ganar nada, pero son del Valencia, lo llevan en el corazón, y este pasado domingo la celebración es para no olvidar el resto de nuestras vidas. Yo les aseguro que el domingo me metí en la cama con los ojos llorosos y medio emocionado. Medio emocionado por lo mucho que he vivido en vivo y en directo de este Valencia que me ha robado el corazón, y llorando como un animal, casi desconsolado, al pensar y valorar todo lo que representa el Valencia CF para mí y en el fondo para mi vida. A mi edad es difícil distinguir tanta pasión y más difícil todavía ser capaz de asimilarla con cierta tranquilidad y sin que te afecte de forma formidable. Y eso es el Valencia. Sentimiento en estado puro y casi una forma de ser o de vivir la vida. Somos gente tremenda pero terriblemente fieles. Nos podemos pegar hasta en el carnet de identidad pero en el fondo, contradictorios al máximo, siempre quedará por encima el amor a un club que forma parte de mi vida como si fuera una religión de obligado cumplimiento. Miren, a la mayoría de jugadores que vimos por Mestalla les he hecho a lo largo de la historia alguna entrevista. Y sí, sé que les caigo regular o mal a muchos de ellos, pero eso solo significa que sí, que ser del Valencia tiene un punto contradictorio pero otro punto, enorme en este caso, de fidelidad hacia un equipo y su gente que es casi imposible de olvidar o de alejar de tus pensamientos.

Y lo de Cañizares

No pensaba escribir de nadie en concreto y menos de una persona con la que me llevo de pena -me tiene bloqueado en las redes sociales- pero les aseguro que lloré como una magdalena al ver llorar de emoción a Santiago Cañizares y sentí todo el amor inmenso que tiene la afición del Valencia CF hacia todos los que alguna vez en su vida tuvieron la gran suerte de vestir su camiseta. Las lágrimas de Cañete, mis propias lágrimas, solo representan en el fondo la gran alegría de ser del Valencia CF. Algo enorme.

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