Yo he participado en un aquelarre. Como buena bruja. Un aquelarre químico, para más señas. He tenido un hijo y una hija mediante fecundación in vitro. Acepto orgullosa la terminología empleada por el obispo de Córdoba para referirse a la concepción de mis hijos. Recordemos lo que decía en su carta pastoral del 24 de diciembre de 2015: "El hijo tiene derecho a proceder de una relación de amor entre sus padres y nunca como fruto de un aquelarre químico de laboratorio". La consecuencia de mi personal fiesta de brujería no ha sido la hoguera, sino la maternidad. La ciencia y su probeta son los culpables, pero también todas esas brujas feministas que han luchado por los derechos reproductivos de las mujeres frente a la negación de libertades de papas, cardenales y otros obstáculos.

El día 23 de abril de 2015 empecé un tratamiento de fertilidad que culminaría el 14 de mayo, cuando me implantaron dos óvulos fecundados. A partir de ahí comenzó una espera en la que me dediqué a participar en la campaña electoral de Barcelona en Comú, acompañando por las plazas de mi ciudad las ganas de cambio. El domingo 24 de mayo, además de jornada electoral, era la víspera del día en el que iba a conocer si el tratamiento había dado sus frutos. Ese día voté con la esperanza de hacerlo acompañada. Tengo una foto de la noche electoral, tomada pocos instantes después de que se conociera que Ada Colau sería alcaldesa, en la que sonrío y hago la señal de victoria. Celebraba el cambio político que por fin llegaba a mi ciudad pero también, sin saberlo aún con certeza, el que llegaría al día siguiente a mi vida: una llamada a media mañana me anunciaba el resultado del análisis de sangre, estaba embarazada. Poco después me enteraría de que lo estaba por partida doble.

Sigue leyendo en