Hace muchos años, más de 20, ejercí uno de los oficios más bonitos del mundo, el de editora. No era algo que hubiese deseado previamente y no estaba en absoluto planificado, ni mi amor por los libros y por la escritura, ni el hecho de haber nacido en una familia de editores me hacían pensar que algún día me dedicaría al mundo de la edición. Sabía, por haberlo visto en casa, por haber escuchado interminables conversaciones al respecto, que el negocio de los libros es uno de los más difíciles que existen, uno de esos trabajos que exigen una pasión ciega, una dedicación absoluta y mucha suerte. Me gustaba mucho más la moda, el teatro o la literatura, y en aquella época sólo sentía una pasión ciega por mis amigas y por los chicos.