Tiene su vida tan medida que puede decir con certeza que pasa el 38% de su tiempo viajando. Su olfato se afinó en la orilla del Lago Lemán, en Suiza, durante una niñez marcada por otros viajes, los de su madre a Guatemala, Kenia, y Cabo Verde. Cuando Thierry Wasser conoció a Jean Paul Gaultier ya tenía una nariz entrenada, capaz de asociar un olor a cada sitio del mundo. "Lo mejor que me pudo pasar fue conocerlo, de él aprendí un oficio que él a su vez había aprendido de su padre, que nació en 1854". Pero Thierry no lleva el pasado con angustia. "Tengo una relación normal con la historia de la casa, hay que tomar cierta distancia para que no se convierta en un pesado fardo". Le pregunto si hace nueve años lo contrataron para que le diera una vuelta a la maison...