Adolfo Domínguez es un hombre atlántico que suele abrigarse, aunque el termómetro marque 26 grados. Anda recogido, mira fijamente, habla con sus cejas y expande su gestualidad juntando el pulgar y el índice con maneras de director de orquesta. Si algo define su estética es la ausencia de tirantez. “La arruga es bella” fue el eslogan más célebre de la moda española, que ha permanecido como declaración de principios, y hoy, treinta años después, es alimentado por la segunda generación, la de sus hijas Adriana, Valeria y Tiziana, mujeres cultas que abrazan los mundos sutiles.