Conocí a Sybilla a principios de los ochenta. Acababa de abrir su atelier en Madrid. Parecía llevar aquí toda la vida, a pesar de haber nacido en Nueva York en 1963, de padre argentino y madre polaca. Con sus perchas de alambre y sus vestidos de novia, su tienda/taller bien podría haber sido la guarida de Mary Poppins, de un personaje de cuento por cuya casa se dejarían caer las chicas para convertirse en ellas mismas y también en otras.