Muchas personas que cuelgan fotos de perros o gatos extraviados se preguntan cuál habrá sido su destino. También los etólogos están interesados en conocer la respuesta. Intriga saber, por ejemplo, cómo estos animales domésticos y otros más exóticos flexibilizan su comportamiento para adaptarse al ecosistema humano y, también, su impacto sobre la biodiversidad.

El entorno natural de los gatos es el exterior

El entorno natural de los gatos es el exteriorLos gatos domésticos suelen ser precavidos y tienden a alejarse unas dos hectáreas, como máximo, del hogar; en cambio, se ha visto que gatos sin dueño pueden tener un área de influencia de 547 hectáreas

En los últimos años, varias investigaciones han documentado el viaje hacia lo desconocido que emprenden las mascotas de familia cuando dejan de tener una persona a su lado. El mapache, por ejemplo, ha invadido los ríos Jarama y Henares en la Comunidad de Madrid y se ha establecido en decenas de puntos de las islas Baleares, la Comunidad Valenciana, Asturias y Andalucía. Su historia es la de muchos animales silvestres adoptados como mascotas: tras ser adquiridos como tiernos y peludos cachorros, sus cuidadores han comprobado que en la edad adulta este animal procedente de América del Norte se vuelve agresivo y voraz, por lo que lo han expulsado de casa, traspasando el problema a muchas especies autóctonas que no saben defenderse de este mamífero carnívoro que vive cerca de los ríos.

Pero si muchos viajes son sin retorno, otros, en cambio, son de ida y vuelta. Los gatos están abonados a ellos, por ejemplo. Hace un tiempo, la Universidad de Illinois (EE.UU.) investigó los trayectos hacia la dimensión desconocida que emprenden los felinos cuando salen de casa y desaparecen durante horas e incluso días. Hasta donde se sabe, los gatos domésticos suelen ser precavidos y tienden a alejarse unas dos hectáreas, como máximo, del hogar que les cobija. En cambio, los gatos sin dueño transitan por territorios más amplios, llegando a tener una área de influencia de 547 hectáreas, como se demostró que ocurría con un felino de raza mixta.

Otras investigaciones sobre los gatos sugieren que pese a que estos mamíferos de carácter afectuoso y retraído nos acompañan desde hace unos 9.000 años, cuando el gato salvaje africano se acercó a las aldeas, atraído por los roedores que rondaban las cosechas de grano, nunca fue domado, sino que, podría decirse que se domesticó a sí mismo. Es decir, se “invitó a pasar” y, con el tiempo, se adaptó a los humanos, dando lugar a razas distintas a las que habitaban en los bosques.

Tal vez ello explique el peculiar comportamiento que exhiben los gatos cuando se pierden de vista. Según Kitty Cams Project, una investigación conjunta de National Geographic y la Universidad de Georgia ­(Estados Unidos) en la que se instalaron pequeñas cámaras en los collares de decenas de mininos, algunos engañan a sus cuidadores y pasan bastante tiempo en otras casas en busca de comida y caricias. Su otra afición es cazar. Por lo que revelaban las webcams, los felinos, además de tener motivos sexuales y exploratorios para irse de paseo, ocupan buena parte de su tiempo en capturar animales, incluso si están bien alimentados, aunque, curiosamente, llevan menos de una de cada cuatro víctimas a casa como trofeo. Por ese motivo, organizaciones conservacionistas alertan del daño ambiental que causa abandonar un gato, por el peligro de que se introduzca en un hábitat del que no forma parte, habida cuenta que las cámaras han confirmado que bastantes gatos matan un promedio de 2,1 animales por semana (aves, lagartijas, ardillas, ratones, ranas, serpientes...), poniendo en jaque incluso a especies protegidas.

Aunque se podría pensar que el tiempo que lleva domesticada una especie influye en sus tendencias a fugarse y en el instinto salvaje que todavía conserva para valerse por sí misma, lo que finalmente decanta la balanza es si fue criada en cautividad o capturada en estado salvaje. Esta es la tesis que maneja Martina Carrete, una bióloga que colabora con la estación biológica de Doñana y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).

En Nueva Zelanda, por ejemplo -cuenta-, los gorriones han aprendido a abrir las puertas automáticas de las cafeterías, revoloteando frente a los emisores de infrarrojos, para dar buena cuenta de las migas que dejan los humanos, de quienes dependen por completo tras 10.000 años de convivencia. Por su parte, los carboneros (unos pajarillos de pecho amarillo que se alimentan de semillas e insectos) han aprendido en el Reino Unido a quitar la tapa de aluminio de las botellas de leche que depositan los repartidores cada mañana en la puerta de algunas casas para beber la capa de nata de la parte superior.

Sin embargo esta flexibilización del comportamiento que permite a algunas especies salvajes adaptarse al ecosistema humano, no se produce con ningún animal criado en cautividad. Así, mientras los periquitos y canarios “no tienen ninguna impronta del hábitat salvaje”, explica esta profesora de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, las aves de origen salvaje, como la cotorra argentina, cuando están cautivas intentan escaparse a la menor ocasión para no volver.

“Las aves silvestres capturadas para la venta siendo adultas -indica esta ecóloga- tienen adquiridos hábitos antidepredatorios eficientes y desean huir de la gente, en tanto que poseen mecanismos fisiológicos y conductuales que les permiten encontrar comida sin depender de nosotros”. En cambio, los canarios y periquitos que accidentalmente salen volando por la ventana tienden a posarse en algún balcón o ventana cercana a la espera de ser rescatados, aunque en un gran porcentaje mueran al poco, al no saber reconocer a sus depredadores.

“Es terrible abandonar a un pájaro de origen salvaje”, se lamenta Carrete, que coopera con organizaciones conservacionistas como SEO/Bird Life, tras relatar que las cotorras de Kramer (un ave de la familia de los loros, originaria de África central) están aniquilando en Sevilla a una especie amenazada de murciélago para apropiarse de los agujeros en los que se esconden y criar allí ellas.

También Jaume Fatjó, antiguo presidente del colegio europeo de veterinarios especializados en el comportamiento, opina que, pese a que hay gente que interpreta que los animales domésticos son capaces de salir solos adelante y sobrevivir, no es el caso. “En el ecosistema que los humanos hemos construido, los perros y gatos domésticos tienen muy difícil subsistir, ni siquiera en el campo”, aprecia. Otra cosa sería si hubieran aprendido de sus madres y padres a cazar desde pequeños o si vivieran en un hábitat hecho a su medida. El ejemplo que cita Fatjó es el dingo, el perro salvaje australiano, que ya no necesita a los humanos, “tras haberse readaptado al entorno natural, pese a proceder de perros domesticados”, revela.

Los perros se extinguirían sin los humanos

Los perros se extinguirían sin los humanosEn cambio, los perros actuales no se parecen en casi nada a los lobos. De entrada, comen sin problemas enfrente de las personas (los lobos no). Tampoco viven en manada cuando están solos, sino que forman grupos inestables. “Varios perros pueden juntarse un día alrededor de una fuente de alimento y a la jornada siguiente fisionarse la cuadrilla y pasar a ser llaneros solitarios por un tiempo”, indica Fatjó. Finalmente, los perros no forman parejas estables, sino que suelen ser promiscuos, lo que lleva a los machos a despreocuparse de su descendencia, a diferencia de los muchos cuidados que dedican los papás lobo a sus crías.

Después de, aproximadamente, 15.000 años criando perros, los actuales canes tienen un carácter mucho más inmaduro que sus antepasados, “lo que explica que sean juguetones y dóciles incluso en la vida adulta”, recalca Fatjó.

Aún así, existen razas más dadas a la fuga que no escatiman esfuerzos para explorar nuevos horizontes, como los perros nórdicos (husky, malamuten) o los de caza. Pero, pese a la gran diversidad de razas y tamaños, todos los perros domésticos forman parte de la misma especie: Canis familiaris. ­“Ninguna raza de perro es funcional para adaptarse a la naturaleza”, confirma David Nieto, profesor de etología y autor de libros de referencia como Etología del lobo y del perro ­(Tundra Ediciones).

“Aunque existan excepciones, la práctica totalidad de los perros domésticos desaparecería en caso de tener que subsistir sin los humanos, ya que su conducta está alterada y no disponen, como los lobos, de toda una organización social orientada a la supervivencia en la naturaleza, al no compartir ni la caza ni la defensa del territorio ni tener adquirido el hábito de reproducirse con una única pareja en el supuesto de haber suficientes recursos alimentarios, como hacen sus parientes los lobos”, detalla.

Algo parecido podría decirse de los gatos domésticos. Según Laura Trillo, una terapeuta felina que en su infancia recogía animalitos de la calle y que ahora colabora con la Fundación para el Asesoramiento y Acción en Defensa de los Animales (Faada), si fuera posible preguntarle a un gato por qué se escapa de casa, “seguramente respondería que él no se escapa de ningún sitio, ya que su entorno natural es el exterior”.

Respecto a lo que haría el gato, Trillo cree que “tendería a buscar un lugar de referencia donde sentirse protegido (por ejemplo, debajo de un coche) y permanecería allí el tiempo necesario (en ocasiones, hasta un día entero) hasta saberse seguro, yendo y viniendo a su puesto de observación de manera circular”, apunta. También Fatjó dice haber observado este comportamiento en un estudio en el que participó donde se siguió a un gato con un GPS en Brighton (Gran Bretaña). “En un día recorrió siete millas (el equivalente a 11,2 kilómetros), pero en un radio inferior a los cien metros”, revela.

El animal criado por los humanos intentaría volver a casa

El animal criado por los humanos intentaría volver a casaEso sí, un perro, un gato o cualquier otro animal criado por humanos, intentaría, en caso de perderse o ser abandonado, regresar con sus cuidadores, al mantener un vínculo social con ellos. David Nieto, que asesora a diversas organizaciones conservacionistas, además de ser adiestrador canino, podría escribir un libro sobre los increíbles viajes que han protagonizado perros como Zuri, Blanca, Siva... para regresar junto a sus protectores, después de recorrer distancias inimaginables o de reconocer a sus antiguos cuidadores después de meses, incluso años, de separación.

Según las investigaciones realizadas, una buena parte de los animales de familia que deambulan sin rumbo fijo son atropellados, cuando no resultan presa fácil para otros animales salvajes, a veces de su misma especie. Sin embargo, decenas de miles de españoles siguen abandonando animales y, a veces, intentan justificarse aduciendo que les dan la oportunidad de recobrar la libertad, aunque en realidad se trate de una excusa autocomplaciente e irreal. En estos casos, el mejor destino para un animal de familia es una protectora de animales, un centro de recuperación de la fauna autóctona u exótica o, todavía mejor, alguien que de verdad los quiera.