Llega el verano, el calor y el tan esperado parón laboral. Y con él, las vacaciones y la perspectiva de descansar, reponer fuerzas y cambiar de rutina pero, ¿nos hemos parado a pensar en que viajar también puede ser muy positivo para el cerebro? Numerosas investigaciones, principalmente en animales, muestran que el cerebro se enriquece al exponerse a nuevos estímulos, aumentando así las conexiones sinápticas entre las neuronas.

Nuevos colores, olores, sabores y las propias interacciones sociales con otros individuos, potenciarían la neuroplasticidad de nuestro cerebro y mejorarían nuestra reserva cognitiva.

José Manuel Moltó, de la Sociedad Española de Neurociencia, explica que "al contrario de lo que se creía durante mucho tiempo, nuestro cerebro va cambiando a lo largo de nuestra vida (neuroplasticidad)".

Las neuronas crean nuevas conexiones, incluso pueden aparecer nuevas neuronas, pero para ello es fundamental entrenar y estimular el cerebro, según Moltó, quien detalla, en una nota, que hay tres elementos clave para hacerlo: "enfrentar nuestro cerebro a la novedad, la variedad y el desafío. Viajar cumple con los tres".

Aunque no haya muchos estudios científicos en humanos, sí hay suficientes pruebas de que son varias las regiones del cerebro "afectadas" por actividades y acciones propias de viajar.

Salir de la oficina y situarte en un entorno nuevo, como la playa, te obliga a crearte un "GPS cerebral diferente" y "el hipocampo es importante para la construcción de esos nuevos mapas espaciales", indica a EFE Alberto Ferrús, neurocientífico del Instituto Cajal del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

Este investigador además destaca que nuevas sensaciones, como las olfativas, desarrollarían contactos sinápticos en el bulbo olfativo y la corteza adrenal; lo mismo sucedería en otros puntos de la corteza cerebral -que recibe las diferentes modalidades sensoriales- o en el hipotálamo -centro de la memoria-.

Lo interesante, detalla Ferrús, es que "los números de sinapsis en cualquier parte del cerebro oscilan, pueden subir o bajar, y hay estudios que lo demuestran".

Pero también hay efectos negativos, y no sólo por el estrés que pueda suponernos la cancelación de un vuelo o la pérdida de nuestras maletas.

La alteración más importante en nuestro cerebro se produce por culpa del jet lag, que trastoca nuestro ritmo circadiano, el reloj biológico que controla los procesos fisiológicos en nuestro cuerpo en ciclos de 24 horas.

"Es tan importante este reloj, que los genes que lo modulan están presentes en todas las especies y muy conservados a lo largo de la evolución", según Ferrús.

Incluso las células aisladas en cultivo tienen un ciclo de actividad que está sincronizado con el período de luz/oscuridad, el cual afecta a todos los niveles: transcripción de genes, regulación de la cantidad de proteínas o su localización en la célula.

Es por esto que desplazarnos a zonas de huso horario diferente repercute en trastornos más o menos graves que afectan a todos los niveles: apetito, actitud, presión sanguínea o niveles de corticoides en la sangre, resume este neurocientífico.

Los viajes muy largos, consecutivos y con cambios horarios también tienen consecuencias negativas sobre el cerebro.

Investigadores de la Universidad de Bristol (Gran Bretaña) publicaron hace unos años un estudio en la revista Nature Neuroscience en el que mostraban que la tripulación de cabina en vuelos transoceánicos presentaba problemas de memoria, alteraciones cognitivas y los lóbulos temporales del cerebro contraídos por un aumento en la concentración de cortisol (hormona que se libera en situaciones de estrés).

En humanos, dice Ferrús, lo mejor para aclimatarse al cambio horario es adaptarse lo mas rápidamente posible a los horarios locales y las pautas de ingesta de alimentos.

Así, son más los pros que los contras y si hace un viaje y cruza el océano, no se olvide de comer: su ritmo circadiano se adaptará más rápidamente y las nuevas sensaciones gustativas de la comida típica aumentarán sus conexiones sinápticas en el cerebro.