¿A qué edad consideras que has sido, o que serás, más feliz en tu vida?

No es fácil la pregunta, ¿verdad? Hay quien se acordará inmediatamente de los años inocentes de la infancia; otros evocarán los años de la independencia y libertad que da el primer coche, en la veintena; y algunos pensarán en los años de tranquilidad de la jubilación, ya en la vejez.

Un ambicioso estudio ha ahondado en la pregunta y ha encontrado que hay dos edades concretas en las que los 23.000 sujetos que tomaron parte en el estudio se sintieron más felices. El experimento lo ha llevado a cabo el Colegio de Ciencias Económicas y Sociales de Londres en Alemania, en un interesante procedimiento en dos pasos separados por un lapso de un lustro.

Primero, el equipo de investigadores entrevistó a los participantes, todos de entre 17 y 85 años. Les preguntaron si se sentían felices, cómo de felices dirían que eran y cómo se veían cinco años después, una proyección de si pensaban que serían más felices o menos, o igual.

Cinco años después, volvieron a citar a estas mismas personas para comprobar si sus previsiones se habían cumplido. Les interrogaron también por su situación en aquel momento, y cómo valoraban ahora el período sobre el que respondieron cinco años antes. Los que se habían declarado insatisfechos, ahora pensaban que en realidad no fueron tan malos años. Un claro ejemplo de la relatividad del tiempo, y cómo la distancia hace que se vean las cosas con menos gravedad.

El resultado determinó que hay dos edades a las que somos más felices: primero, a los 23 años, y después, ya en la tercera edad: a los 69.

Las culpables, las expectativas

La respuesta que hallaron los científicos residía en algo tan simple, pero tan importante, como las expectativas. Mientras los jóvenes que, con los estudios recién terminados y cerca de comenzar su vida profesional, preveían para sí mismos unos futuros brillantes, vieron años más tarde como en muchos casos no se cumplían y eran incapaces de no sentirse frustados.

Sin embargo, la gente a punto de afrontar su vejez pronosticaba un futuro más triste del que luego resultaba ser. Así que esta diferencia positiva llevaba a los mayores a darse cuenta de que realmente esos años también merecen la pena ser vividos. Verse libres de cargas laborales, y sin niños de los que responsabilizarse, hacían que se sintieran en un momento muy confortable.

Parece por tanto que la felicidad, puesta sobre una gráfica, seguiría una forma de U, con la década de los 20 en un extremo y la setentena en el otro.

El estudio no determinó si el punto central, donde esta curva descendente llegaría a su punto más bajo, es realmente el punto de infelicidad máxima que alcanza la gente. Estaríamos hablando de los 46 años, más o menos. ¿Se interponen las obligaciones familiares, la hipoteca o el estrés laboral entre nosotros y la felicidad?