El acceso de los menores a material adulto y pornográfico ha ido en aumento en los últimos años, favorecido por los contenidos digitales que fácilmente se pueden consumir. Así lo alerta la Asociación para la Sanación y Prevención de los Abusos Sexuales en la Infancia (ASPASI) que considera "vital" tanto proteger a los niños de este contenido "que no saben después manejar" pero sí reproducen entre ellos, como concienciar a los padres sobre pautas de prevención.

En la sociedad actual, los niños están expuestos a modelos de sexualidad para los que todavía no están preparados algo que, inevitablemente preocupa a los progenitores. No obstante, la tendencia creciente deja la educación sexual de los adolescentes en manos de la industria pornográfica y de la "falta de empatía que promueve frente a la explotación femenina", según desarrolla el ensayo 'Lo que esconde el agujero' de Analía Iglesias y Matha Zein.En la sociedad actual, los niños están expuestos a modelos de sexualidad para los que aún no están preparados

La educación sexual en el ámbito familiar se convierte en necesaria e imprescindible desde cortas edades y de forma integral. Educar en torno a conceptos como la igualdad entre sexos, el consentimiento o la autonomía es vital para luchar contra la falta de empatía y asegurar que los hijos disfruten de una vida sexual sana en un futuro.

¿Qué efectos tiene la pornografía en los adolescentes?

En mentes aún no formadas sobre relaciones afectivas y sexuales el consumo de pornografía puede generar confusión en cuanto a los roles, el funcionamiento sexual, el tipo de prácticas llevadas a cabo...

Desde Save the Children destacan que, en este tipo de contenidos cargados de violencia, los roles de género suelen estar determinados por la desigualdad de poder, algo que puede afectar la comprensión de las relaciones personales.

Por regla general, en los contenidos pornográficos los roles entre hombres y mujeres se basan en la diferencia, los micromachismos, se distorsionan los tamaños, se idealizan los cuerpos perfectos, se mitifica y simplifica el placer, además de potenciar conductas de riesgo como el no mostrarse el uso del preservativo...

Por no hablar de la línea de investigación que siguen muchos expertos en la que se examinan la relación que existe entre la pornografía y los actos sexualmente agresivos. Neil Moshe Malamuth, profesor de piscología de la Universidad de California, comparó el uso de la pornografía al del consumo de alcohol sosteniendo que, si una persona sexualmente agresiva por naturaleza veía grandes cantidades de porno, era más propensa a realizar actos sexualmente agresivos.El consumo de porno puede conllevar ansiedad que puede traducirse en disgusto, enfado, vergüenza, conmoción...

Además, el consumo de porno puede conllevar ansiedad que puede traducirse en disgusto, enfado, vergüenza, conmoción... o incluso la obsesión de querer realizar aquello que se ha visto en pantalla.

Si todos estos ingredientes bailan en el cerebro del adolescente, quien todavía no posee la experiencia y la madurez para procesarlos ni cuestionarlos, corre el riesgo de asumir como válidas todas estas conductas y relaciones e imitarlas.

¿Cuánto control es necesario?

Los niños y adolescentes manejan cada vez mejor tanto internet como los aparatos digitales; en muchas ocasiones, dominan estas interfaces con más habilidad que los propios adultos, quienes desconocen qué hacer para evitar que sus hijos accedan a material pornográfico.

La instalación de un antivirus y una búsqueda por el historial son recursos utilizados por los padres para controlar los contenidos que consultan sus hijos, pero son rudimentarios y poco eficaces. Por lo tanto, saber que las opciones de los smarphones que manejan los menores pueden ajustarse, restringiendo ciertos sitios webs, el tipo de formatos que consumen o limitando el acceso Internet en horas determinadas, puede ayudar en el control paterno.

No obstante, muchos psicólogos están en la línea de Save the Children y creen que la mejor solución es la educación familiar desde edades tempranas. No tanto prohibir sino informar, hablar del tema abiertamente y con naturalidad para generar confianza y de este modo, con la ayuda de los progenitores y los centros educativos, los niños sepan qué aceptar y qué no en sus relaciones afectivas.