María, Noemí y Aranzazú sienten hoy una mayor tristeza y decepción que en el pico de la pandemia. Son sentimientos que calan como una "lluvia fina" tras meses de dudas y que ya es "tormenta" para las personas que más están sufriendo el impacto de la covid.

"La mayoría de las personas tiene recursos psicológicos suficientes para afrontar esa lluvia fina", que además será "temporal y de intensidad leve", pero hay una "gran cantidad de personas" envueltas en una tormenta para las que es necesario crear "un paraguas de protección", explica en una entrevista con EFE la académica y catedrática de Psicología María Paz García-Vera.

Según un estudio del Instituto de Salud Carlos III, presentado tras el confinamiento, el 65 % de los españoles padecía síntomas de ansiedad o cuadros depresivos, la mayoría leves, por las restricciones.

La catedrática de la Universidad Complutense comenta que ha habido un progresivo empeoramiento de la situación a la que la población se había acostumbrado, pero "ahora todos hemos visto que estamos muy mal y nos ha llegado la tristeza y la decepción".

Sin embargo, subraya, esta tristeza "cuando empieza a ser más colectiva puede ayudarnos a movilizarnos".

Aunque no niega que la gente en general no se vea afectada, porque cuesta habituarse a vivir de otro modo, insiste en que "lo que sí está ocurriendo es que los sectores más afectados son cada vez (sanitarios y los que sufren los efectos socioeconómicos) por lo que el resto tendríamos que ser capaces de construir un paraguas de protección para ellos".

"Lo esperable es que haya un aumento importante de problemas de salud mental vinculados, no solo a los problemas sanitarios, sino a los problemas sociales y económicos que son de una gran intensidad y persistencia, y se prevén de una larga duración".

Noemí, Aranzazú y María coinciden en que en estos momentos se encuentran peor que en marzo, abril o mayo. Les inunda una mayor tristeza, preocupación, cansancio y decepción.

Aranzazú, enfermera en un gran hospital de Madrid, vivió la primera ola como una guerra. Al miedo al contagio le podía que el día era tan intenso que no podía pensar en otra cosa. Ahora, tras unos meses "inquietos pero bastante tranquilos", dice tener pavor a volver a ver los pasillos llenos de camas y a sus compañeros llorando porque "tuvieron que dar la mano con guantes a gente que se estaba muriendo sola".

Esta segunda ola cree que no va a ser tan fuerte como la primera y está más relajada porque hay material (respiradores, epis€), pero tiene "más miedo que antes a que vuelva a empezar todo el ciclo".

A nivel emocional reconoce que está muy tocada. "Sufro muchas pesadillas y no desconecto tampoco en mi vida privada", dice Aranzazú, que no es partidaria de aplicar multas económicas a quienes no respetan las cuarentenas o se saltan las medidas de seguridad en fiestas multitudinarias. "Yo les obligaría a venir una semana a un hospital y mirar lo que está pasando dentro; no volverían a salir a la calle sin mascarilla".

María, una periodista de Madrid que cubre información local, confiesa que al principio la carga de trabajo solo le permitió afrontar el día a día, sin tiempo a reflexionar. Ahora, sin embargo, se encuentra peor a nivel psicológico y emocional.

En primer lugar se siente decepcionada porque "pensaba que podía ser una experiencia para reencontrarnos con nuestra humanidad y sacar esa parte positiva de aprender a apreciar lo esencial", pero nada ha cambiado, dice con pesar.

"A la falta de libertad que tenemos se suma una doble incertidumbre: qué pasará con el coronavirus y qué medidas adoptan los gobiernos. No sé a qué atenerme. Llevo mal no poder abrazar y besar a la gente, llevo mal no poder juntarme con quien me apetezca porque el límite es de seis personas y me está costando mucho no poder hacer planes a futuro".

Noemí, técnica de formación del departamento de recursos humanos de una empresa madrileña, señala que durante el confinamiento su familia se sentía segura pero ahora está "aterrada": su marido, que es población de riesgo, tiene que desplazarse a diario en transporte público y su hija de cuatro años sufre ansiedad y se levanta por la noche pidiéndole no tener que ir al colegio.

"Estamos muy asustados y además veo que a veces se expone a los trabajadores a situaciones de riesgo, pudiendo evitarlo (con el teletrabajo), añade.

"Mi principal miedo es que al final enfermemos, aunque tengamos destrozadas las manos de lavarnos y echarnos gel. Vamos a caer. La depresión que tengo es por el miedo, sobre todo por mi pareja".

Igual que María y Aranzazú, Noemí ha restringido al máximo las relaciones sociales y reconoce que en ocasiones necesita engañarse "un poco" para poder salir adelante.

Según la catedrática de la Complutense, una gran parte de la población puede verse decepcionada, pero "no de forma clínicamente significativa".

En la primera ola de la covid, explica, se puso al descubierto que la sanidad pública no estaba preparada para una pandemia, pero también que "no estaba preparada para sus efectos psicológicos negativos y de sus consecuencias socioeconómicas".

"Durante el verano, dice, debimos habernos preparado para la segunda ola y no lo hicimos. Lo estamos viendo ahora. Me temo que tampoco nos estamos preparando para la segunda ola de los efectos psicológicos".

En febrero, marzo y abril no había suficientes psicólogos ni otros profesionales de salud mental para afrontar las consecuencias psicológicas, por eso se pusieron en marcha más de 140 recursos asistenciales psicológicos extraordinarios de carácter nacional, autonómico o municipal.

Hace meses, insiste la académica, deberíamos "haber comenzado a reforzar nuestra sanidad con más psicólogos y otros profesionales de la salud mental, porque si no la segunda ola de consecuencias psicológicas llegará y no estaremos preparados".

Apunta, por último, que ha cundido cierto desánimo al observar los enfrentamientos entre los políticos: "Necesitamos tener confianza en la gente que toma las decisiones de las que depende nuestra vida. Imagina que vas al médico y te ven tres médicos y que cuando uno te está diciendo lo que te pasa y lo que tienes que hacer, los otros dicen lo contrario. Si, además, entre ellos discuten delante de ti de malos modos y gritándose, cuando sales te sientes desesperado, desanimado, sin ganas de hacer lo que, por otra parte no te ha quedado muy claro que tienes que hacer".