Entre los telefonazos de cortesía para comentar la jugada, Francisco Fenollosa. «El xiquet m´ha fet plorar», decía el gran Paco, un granota de lágrima fácil, cierto, pero de los que se emocionan sinceramente con declaraciones de fe levantinista como la que pocas horas antes había hecho Iborra en el Supermurciélago, donde respondió así cuando se le preguntó por la oferta de blindaje que, 42 días después, le acabó llegando el martes: «No necesito mucho más para ser feliz. Al final, lo importante no siempre es el dinero. Me quedan dos años y no tengo la cabeza en otro sitio. Aquí me siento valorado y querido. El Levante es mi casa y tiene mucho valor la confianza que me dan».

Iborra tiene un discurso impecable que no debería estropear y cuyo antes y después, para bien, fue el 24 de octubre de 2009, cuando Quico Catalán le echó un cable definitivo para soterrar su sambenito de ´merengot´ y desinfectar la herida del principio de acuerdo que Pedro Villarroel llegó a tener prácticamente embastado para empaquetarlo a Mestalla. A menos de seis días de presentarse oficialmente el acuerdo de su primera renovación, con el Valencia de nuevo al acecho y un técnico espiándolo en Huesca, el entonces director general salió bien al quite. «Firmamos grandes personas, grandes jugadores y grandes levantinistas. Iborra tiene que ser nuestro icono de futuro. Ha vestido nuestra camiseta en los campos de tierra y ahora tiene que seguir. Espero que la gente que lleva esta negociación no pierda el rumbo y nos vistamos todos por los pies».

Tres años después, Iborra es un baluarte del Levante en Primera, uno de los campos de la Ciudad Deportiva lleva su nombre y, aunque bastantes meses después de anunciarlo, el club acaba de hacer «un esfuerzo muy grande», según su propio representante, para acorazarle el contrato.

Sin embargo, ni el acuerdo va a ser de un día para otro ni mucho menos está garantizado que al final lo haya. Y es que, a partir de ya pueden ocurrir muchas cosas, todas ellas resumibles en tres grandes opciones. A) Que renueve con todas las de la ley, que es lo que correspondería y lo que lo convertiría definitivamente en icono. B) Que no renueve, que también sería lícito, y Quico se vea entre la espada de negociar su salida y la pared de exigir íntegra su cláusula. Y C) Que renueve a cambio de un compromiso para flexibilizar su traspaso y no disparar su precio si le llegase la hora, que hasta parece lo razonable.

Por el bien económico y deportivo del Levante, ojalá escoja la A, pero aunque finalmente fuese la B o la C todas las alabanzas anteriormente expuestas no deberían caer en saco roto. Incluso si, en vez de lejos, acaba en el Valencia, por doloroso y cuestionable que sea plantearse si el cambio de acera es hoy un paso tan adelante como lo era en su tiempo. No habría peor desenlace que ver al «icono del futuro» yéndose por la puerta de atrás o escuchando gritos de pesetero, motivo por el que tampoco es gratuito que él mismo insista en que la decisión no es sólo de dinero. También lo hacen sus agentes, Mario Parri y Fede Marco, quienes hablan de «proyección» y «proyecto», y que viendo la hornada de futbolistas que llevan y las operaciones que últimamente han hecho demuestran cuidar bien a los suyos. Tienen, además, el 20 por ciento de los derechos de ´Ibo,´ por el que apostaron fuerte en sus inicios, y que ahora es una de las cuestiones clave en la que pocos han caído.

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