Había que ver esas miles de banderitas blanquiazules que agitaban a la fría brisa gantesa los seguidores del equipo local al final del partido para comprender que estaban viviendo algo grande. Ni el más viejo del lugar había conocido cosa igual y tuvo que ser a costa del Valencia, o de lo que queda de él. Ganó el Gante porque quiso más y pudo más. Ganó porque, al contrario que el Levante, no le regaló el partido a los de Nuno, que, igual que el sábado pasado, volvieron a coquetear con el ridículo. Todo valencianista con unos pocos años de fútbol a la espalda vio cómo su corazón, ya maltrecho de tanto disgusto, se resquebrajaba un poco más. Porque una cosa es que te mande a casa el PSG, como sucedió la última vez que el Valencia pisó Champions, y otra bien distinta que te vapulee un equipito del tres al cuarto, plagado de jovenzuelos y perfectos desconocidos, con un valor conjunto de mercado que no alcanza ni de lejos lo que el Valencia pagó por Santi Mina, como este Gante por el que nadie nada un céntimo.

Cero disparos

En toda la primera parte el Valencia no disparó a puerta. Ni de lejos ni de cerca. Ni entre los tres palos ni con dirección a la línea de banda. Los belgas lo hicieron en doce ocasiones. Una de ellas se estrelló en la cruceta y no entró de puro milagro. Un poco más tarde, su número 14 mandó alto un balón a un metro de la línea de gol en un prodigio de técnica individual: lo fácil habría sido meterla dentro. Atravesaban los chicos de casa el centro del campo rival como el que mete un cuchillo caliente en un bloque de mantequilla. No había duelo que no ganaran, choque del que no salieron vencedores. Únicamente su falta de calidad en la definición impedía males mayores. De eso ha vivido este Valencia hasta la fecha. Un calendario más que propicio ha conseguido tapar su lacerante realidad. Si anoche, en lugar de Raman o Depoitre uno pone a Hulk o Soldado, el correctivo habría sido de los que hacen época. En medio de ese naufragio, nadie dio un paso al frente. Ni siquiera el héroe Feghouli, ya en proceso de canonización por trotar un ratito cada tres días a tres kilómetros por hora con un amago de fascitis plantar -colegas maratonianos, disimulad esa sonrisa-. Carentes de un solo referente, los de blanco se limitaban a quitarse la pelota de encima tan rápido como fuera posible. O a dársela a Mina para que fuera él quien la entregase al rival. En eso, el chico estuvo aplicadísimo. En ese gigantesco queso gruyère, apenas Doménech y Mustafi aguantaron el tipo. El primero porque le pueden las ganas de hacerse un nombre y el segundo aún no sabemos por qué.

Sin reacción

Barragán había cometido dos faltas de saque de banda en esa primera mitad. Los anales no recogen una situación así en el Hemisferio Norte. Ni en pre-benjamines. Una vez nos puede haber pasado a todos. Dos solo a Barragán, lo que les da una idea de la implicación del buen hombre para el partido de ayer. Los belgas habrían tenido dificultades para hacerle un gol al arco iris. Su única escapatoria, un poco como le sucede a Alcácer, era el penalti. Y ahí estuvo Antoñito, brazo al viento de Flandes, para darles la alegría. Transformaron la pena máxima de milagro y algún optimista pensó que ello daría paso a la reacción visitante. No la hubo. Una sola ocasión digna de mención. Fue de Alcácer, así que imaginen cómo terminó. Alguno, como Pérez, echó alguna carrera como haciendo ver que aquello le importaba. De nada sirvió. Entre el nuevo héroe valencianista y Piatti, que salió por Mina como si de verdad hubiera alguna diferencia entre ellos, se encargaban de dilapidar cualquier opción de lo que fuera centrando a donde quisiera mandar el balón el cordón de su bota. Nuno hizo más cambios pero en lugar de propiciar una mejora en el juego lo único que consiguió es ahondar en la idea de que da exactamente igual quién juegue en este equipo. La descomposición ha alcanzado tal grado que ya carece de importancia si está Negredo o Alcácer, o si tiene que jugar Orbán en lugar de un desconocido Gayà. El desconcierto es tan disparatado que todos ya lo hacen igual de mal.

Tiempos difíciles

Si no fuera porque aquí el que manda está en Singapur y entre él y sus emisarios en Valencia acumulan un conocimiento futbolístico que todos sabemos el que es, Nuno estaría en una situación más que comprometida. Y no porque esté haciendo lo posible por no clasificarse para octavos en uno de los grupos más asequibles de esta Champions, o por sus paupérrimos resultados en Liga y la preocupante distancia que han sacado ya rivales directos. En un club normal el entrenador estaría en la cuerda floja porque su equipo da lástima, la casi totalidad de sus futbolistas son apenas sombras de lo que se les ha conocido, sus intentos de arreglar las cosas acaban estropeándolas todavía más y los visos de que esto cambie son sencillamente inexistentes. Cuesta creer, por ello, que cualquier cambio en el once, por radical que sea, vaya a cambiar nada. Se avecinan tiempos difíciles.

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