Sostiene el Llevant que es ´l'equip dels valencians´. El eslogan puede parecer oportunista, pero lo cierto es que, si en algún momento ha estado justificada la insolencia, es ahora. Más que una metáfora, una sinécdoque mejor dicho, diríase que es un hecho objetivo. La abundancia de jugadores del territorio, el triunfo (¡¡por fin!!) de la cantera... En todos los foros se cita como clave del éxito el compromiso de un vestuario cercano a la calle, brotado de la ´terreta´. Diversos factores han animado al club y a la afición a exhibir un reclamo que sintetiza la valencianía apabullante de la plantilla, por primera vez desde la fusión de 1939. Así que, en sentido estricto, si hay un ´equip dels valencians´, está en Orriols. Tan es así que desde Mestalla, en una operación entre deportiva y simbólica para recuperar los afectos de una grada desencantada, se habla de «valencianizar el equipo». «Levantinizar», diría yo, por los nombres que se manejan.

De acuerdo. El equipo es representativo, pero, ¿qué hay más allá del vestuario? ¿Hasta dónde llega esa valencianía, geográfica y emocionalmente? ¿Vertebra el levantinismo alguna identidad colectiva? ¿Cuáles son las aspiraciones en este momento de reconstrucción de la entidad? Un derbi es un buen motivo para reflexionar sobre estos asuntos. Apunta Vicent Flor (Universitat de València) en un interesante artículo sobre fútbol e identidad (l'Espill, nº42, 2013) que el Valencia CF es el único club que reclama la representación del sentimiento regional valenciana; mientras, Hércules, Elx, Castelló o Vila-real han buscado trascender de sus localidades o comarcas, aspirando a ser clubs provinciales. Comprendo también que en su estudio renuncie a ubicar a los granotes en el mapa de las identidades territoriales... ¡Menudo reto!

Valencia es una localidad futbolísticamente atípica. Mestalla ha representado históricamente a la ciudad (y comarcas) con la misma intensidad que capitales «uniclúbicas», como Pamplona, Zaragoza, Bilbao... Sin embargo, aquí sí hay «otro» equipo, aunque no había peleado la batalla por la bandera del Cap i casal hasta hace una década, con su asalto la élite. Ahí se enmarcan los problemas identitarios del Llevant: en su irrelevancia deportiva hasta hace nada y también en su particularidad sociológica; parte de su historia se concentra en un barrio.

¿Dónde está la Valencia granota? El club, por su inoperancia (dos años en Primera de sus primeros 95), fue incapaz de arrastrar adeptos más allá de la ciudad y algún reducto limítrofes. La herencia familiar era la única vía para captar socios. Incluso hoy, en plena expansión, apenas existen focos testimoniales en Camp de Túria o La Ribera. El levantinismo vive en l'Horta y la capital.

El problema no es nuevo, quizá un legado histórico. En los 50, cuando existía una febril militancia pese a las miserias deportivas, las numerosas y populosas peñas salían de sus dos ámbitos tradicionales: els Poblats Marítims y Ciutat Vella. Es el resultado de la fusión antinatural que marcaría, para bien o para mal, la historia del club. En 1939, el Llevant FC del Cabanyal (con sus particularidades adheridas) y el Gimnàstic FC (club popular y conservador del centro de la ciudad, y en franco retroceso) se unen en un solo ente con sede en Vallejo, al otro lado del río a la altura del Pont de Fusta.

Un estudio del levantinismo organizado arroja un mapa muy elocuente: de las 51 peñas localizadas del periodo 39-69, treinta se hallaban en el Cabanyal-Canyamelar-Grau; otras diez en Ciutat Vella, Extramurs y barrio de Morvedre y unas pocas en Russafa. Ya fuera de Valencia, en Burjassot, Paiporta y Benetússer.

Se exhibía la valencianía, claro está. Allí están los escudos de las peñas: omnipresente la senyera y el rat-penat, pero también l'Albufera, las Torres de Serrans, una paella o el escudo de la ciudad. Sin embargo, lo que abundaban eran los motivos marineros: el polp, una vela, una concha, el arpa de la sociedad musical, el ancla, un hipocampo, un timón, la vela latina... La casa del Llevant estaba en en centro, junto al río, pero su corazón latía en el Cabanyal. Esa anomalía incapacitaba al Llevant para aspirar a representar no ya a la «región», ni siquiera a «toda» la capital. El club pertenecía «administrativamente» a la ciudad, pero era invisible dentro de ella.

Pasaron los años, el traslado a un estadio atrapado entre huertas y décadas en Segunda B y Tercera, diáspora, gradas literalmente vacías... Sin afición, el club se convirtió en un sonámbulo sin rumbo social. ¿Qué hicieron los gobernantes del Llevant? ¿Cuál fue su política identitaria? Ninguna, lógicamente, más pendientes como estaban de salir de un pozo económico e institucional que no parecía tener fondo. No es que se pretendiera ampliar el ámbito de representación: simplemente se trataba de explicar a los de más allá de la ciudad que había un equipo en Valencia llamado Llevant. Así, iniciativas como la de añadir al nombre del club el apellido «de Valencia», en 1976; o bautizar el campo con un genérico e insustancial Ciutat de Valencia (99), o aquel disparate de sugerir un cambio de marca por Naranja FC, para atraer a la oligarquía agraria, a inicios de los 80.

¿Qué ocurre hoy con una grada renovada, que ya muy poco tiene que ver con aquella repleta de portuarios y artesanos de Ciutat Vella? ¿Hacia dónde va el Llevant en materia identitaria ahora que vive su particular Transición deportiva, económica y social? Todo y el atrevimiento de la afirmación, como mínimo este ´equip dels valencians´ otorga un arma al club para competir en un escenario al que no había comparecido, y desplazar temporalmente al Valencia CF de su papel histórico de selección valenciana.

La secretaría técnica llegó por casualidad a este perfil de futbolista en busca de oportunidades, pero ahora se persigue sin disimulo. Aunque tímidamente, el club se ha asomado a los pueblos en algunas presentaciones. Se tomó la (siempre populista) decisión de envolver al equipo con la senyera. La megafonía, aunque sólo sea gracias a la voluntad del speaker, Pau Ballester, funciona en la lengua propia. Pero queda mucho por hacer: se podría valencianizar la comunicación del club y la señalización del estadio; acercarse a la AVL en busca de la doble denominación (como el Espanyol); atraer a ámbitos de la cultura valenciana, como las bandas, y también la muixeranga, siguiendo el ejemplo del vecino...

«L'equip del poble»

Hay fundamentos de sobra para hacerse visible en muchos espacios. Si bien es posible que el frente marítimo ya no sea el vivero mayoritario de granotes, convendría que la entidad volviera a fijar la mirada en un barrio al que le debe, literalmente, la vida. Las fallas, el mercado, la Semana Santa Marinera, las escuelas, la propia trama urbana, que es parte de la memoria... Cada calle donde hubo una sede, una peña, un hito granota... debería ser señalizada. Son escenarios para la guerra de guerrillas.

Y, obviando marcos terrioriales, hay que recordar que el levantinismo tiene una idiosincrasia propia sin necesidad de forzar identificaciones nacionales. Se puede aspirar a ser ´l'equip dels valencians»´, pero ya fuimos (somos) ´l'equip del poble´. La cultura de la resistencia está inserta en el ADN levantinista: por el «cabanyalerismo», sujeto a las tragedias del mar como todo pueblo de pescadores; y también por un siglo lleno de desgracias deportivas que Paco Gandia sintentizó en aquello de «forjados en el yunque de la adversidad». Aunque la afición se haya renovado (y acomodado a base de triunfos), sigue más vigente que nunca el relato del club humilde que debe levantarse cada día a las 6 y pasarse 10 horas sobre el andamio para llegar a fin de mes. Convendría que la directiva, en su afán por modernizarse, no lo olvidara, y adaptara el mensaje para cultivar a las nuevas generaciones. Ahí tienen el ejemplo Espanyol, un espíritu indestructible y orgulloso en su supervivencia pese a vivir marginado por la Catalunya oficial.

Es el momento, ahora que por primera vez sopla el viento a favor. Una oportunidad histórica para asentarse en el imaginario de la ciudad como una marca alternativa y enriquecedora. Más allá de la condescendencia, el paternalismo y la mala conciencia con que vecinos e instituciones se han acercado siempre a Orriols. Este equipo ha comenzado a poner las bases, ahora el club debe fijar los cimientos.