A cinco minutos para el final del partido, el mejor resumen de lo que se había visto lo ofrecía Marcelino reclamando una y otra vez calma a sus futbolistas. El buen hombre, que no perdía la melena ni a los veinte, no veía con buenos ojos que aprovechase el Valencia el bajón físico del rival para intentar sacudirse un poco el cansino dominio amarillo. Había que dejar pasar el tiempo porque el empate a uno le iba como miel sobre hojuela. Y la tomaba con Guedes porque el portugués no es de los que hace prisioneros. Después, todo se precipitó. Un golazo de Wass, por fin, y un jugadón de Cheryshev, que merece crónica aparte, apuntillaron a un perro flaco al que le salen pulgas del lugar menos pensado.

¿Resultado justo?

El resultado puede no ofrecer una lectura exacta de lo que pasó, pero con matices. El Villarreal manoseó, como suele, el choque. Sobre todo en el segundo acto aprovechó la manifiesta superioridad de Chukwueze sobre Gayà -llueve sobre mojado- para generar algún peligro. Tuvo Neto incluso que salir un par de veces al rescate. Pero la sensación fue casi siempre que mientras los unos disparaban con balas de fogueo, los otros, satisfecho su comandante con cómo iban las cosas, dejaban el armamento pesado para otras batallas. Los de casa iban con todo pero no les alcanzaba más que para marear un poco al lateral izquierdo contrario y machacar una y otra vez el hierro frío con el que no dejan de chocar desde que empezó la temporada. Los visitantes, mientras se mantuvieron las tablas, cortaron como cuchillo caliente la mantequilla del cadavérico dúo Álvaro-Ruiz. Y eso a pesar de jugar prácticamente sin banda derecha, incapaz Roncaglia de aportar al ataque porque no deja de ser un central y Torres porque está tan bloqueado como la interestatal de salida de Manhattan un viernes tarde.

Ese portugués

El partido lo acabó resolviendo Guedes. Un diez para él. No sólo por los goles sino sobre todo por su implicación. Fue el más listo en el penalti que volvió a regalar Parejo. Para estar ahí y machacar uno tiene que andar vivo y dispuesto a morder la hierba. Más tarde se sacrificó en defensa como un jabato y acabó apuntillando al submarino en un contraataque de los que lo definen. Tiene Guedes, lo vuelve a tener, algo que no tenía anoche nadie más: una clase de fuera de serie. Devuelto a su estado original, este chico vuelve a marcar diferencias.

Gran Cheryshev

El ruso sigue chupando banquillo mientras otros -Torres o Soler sin ir más lejos- juegan y juegan sin marcar una sola diferencia. Al contrario que Cheryshev, que lleva ya un porcentaje de sobresalientes actuaciones bastante más elevado que muchos de los fijos en el once. Ayer en un cuarto de hora dejó de nuevo en evidencia a Marcelino con un puñado de acciones de vértigo, de esas que Torres o Soler dejaron de ofertar hace mucho tiempo, y una magistral asistencia, repleta de fuerza, precisión y fútbol en el tercer gol de su equipo. De entre la bastante decepcionante lista de cesiones que ha padecido el Valencia en los últimos años, Cheryshev brilla con luz aparte y merece sin ninguna duda más oportunidades.

Los indeseables

Y un breve inciso para acabar, dirigido a los energúmenos de todo pelaje que por desgracia aún ensucian nuestro fútbol. Lo de los botarates de Vallecas que insultaron a Marcelino no merece otra cosa que la denuncia y el escarnio, públicos si es posible. Pocas cosas hay más desagradables para quienes disfrutamos del deporte que tener que soportar a los infelices que se pasan los partidos insultando al rival o al árbitro. Apoyen a nuestro equipo o al rival, al que siempre hay que respetar porque esto es deporte. Patética actitud, tan reprobable como la violencia física que tan castigada está, porque además se camufla en el anonimato rastrero y cobarde. Una lacra que, por desgracia, se extiende por toda nuestra geografía y no perdona ni a las categorías infantiles. Pocos meses después de que Casillas, nuestro eterno Gran Capitán, levantara la Copa del Mundo, denuncié aquí a una pandilla de indeseables que se pasaron un partido completo insultándolo en Mestalla solo porque defendía los colores del Real Madrid. El club debió entonces haberlos expulsado de por vida. Por cobardes, maleducados y por el pésimo ejemplo que ofrecen a los niños, que acaban pensando que el insulto es algo aceptable en la vida. Lo propio debería hacer el Rayo Vallecano y, por defecto, la Liga de Fútbol Profesional. Alguien tendrá que dar el primer paso para que dejemos de ser el país de histéricos trogloditas que a veces parecemos.